El candidato presidencial Daniel Salaverry y el postulante al Congreso Martín Vizcarra –ambos de Somos Perú– generan aglomeraciones durante un acto de campaña en Chiclayo, el pasado 22 de diciembre. (Foto: Facebook de Daniel Salaverry).
El candidato presidencial Daniel Salaverry y el postulante al Congreso Martín Vizcarra –ambos de Somos Perú– generan aglomeraciones durante un acto de campaña en Chiclayo, el pasado 22 de diciembre. (Foto: Facebook de Daniel Salaverry).
Editorial El Comercio

Tratar de ganar adeptos alejándose de la gente parece un contrasentido y, sin embargo, es lo que la circunstancia actual demanda de quienes participan en la contienda electoral. Evidentemente, la necesidad de guardar distancia del prójimo, usar mascarilla y lavarse las manos con persistencia mientras dure la pandemia no deja de existir en el contexto de una campaña política, pero algunos candidatos han comenzado a comportarse como si así fuera.

En los últimos días, en efecto, hemos tenido noticia de , y en las que, por una u otra razón, los protocolos sanitarios que todos conocemos de memoria han sido ignorados. Abrazos, apretones de manos, bailes y presentaciones en ambientes cerrados (y con más asistentes de lo aconsejable) han sido registrados por las cámaras de los medios encendiendo las alarmas frente a una situación que pronto podría desbordarse. Pero tomar medidas para frenarlo luce como una tarea titánica.

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Sucede que, por una lógica elemental, todo postulante busca hacerles sentir a sus potenciales electores que es uno de ellos y que, en esa medida, representará sus intereses una vez acomodado en el poder. Resistirse, entonces, al contacto directo con los ciudadanos de a pie puede parecerle una insensatez… a pesar de ser justamente lo contrario.

De hecho, el recuerdo de las consecuencias que le acarreó, por ejemplo, a un aspirante a la presidencia en la campaña del 2016 el rechazo de un chicharrón que le ofrecieron en un mercado ha de ser el espejo en el que hoy se miran quienes quieren llegar a Palacio y del que huyen casi instintivamente. La idea de que en el afán de acceder al poder “todo se vale” los lleva, pues, a cerrar un ojo –si no los dos– ante las prohibiciones que saben que deberían respetar. Y en el gesto les va también un guiño hacia los considerables segmentos de la población que sienten que burlar tales prohibiciones no es una falta grave.

Lo cierto, no obstante, es que es gravísima; particularmente en momentos en los que es ya una realidad en muchos lugares del país y cuando se ha confirmado el primer caso de del coronavirus en el territorio (que sería mucho más contagiosa). No se debe soslayar, además, la triste ironía que supone el hecho de que esta irresponsabilidad sea promovida por personas que aspiran a asumir las riendas del Estado en unos meses…

Como se sabe, las sanciones para los que no respetan las normas de cuidado frente a la pandemia en ciertos contextos sociales existen, pero desde el lado de las autoridades, nadie luce muy dispuesto a ponerlas en vigor cuando de candidatos presidenciales se trata. Es claro que no hablamos de una tarea que debería tocarles a las organizaciones encargadas de velar por el proceso electoral en sí: suficiente trabajo tienen ya con asegurar la limpieza y asepsia con el que este habrá de llevarse a cabo.

Se habla, por otra parte, de incluir el punto en el Pacto Ético que habitualmente suscriben los postulantes antes de iniciar la carrera a Palacio. Pero si bien la iniciativa no estaría de más, nos encontraríamos frente a un acuerdo que, como tantos otros, podría quedar en solo buenas intenciones sin que exista forma de castigar a los infractores.

¿Qué hacer entonces? Pues, por un lado, exigirle al Gobierno que sea tan severo con los candidatos como con cualquier otro hijo de vecino en la aplicación de las medidas punitivas para los que contravienen las disposiciones de resguardo de la salud en medio de la actual situación. Y por otro, continuar divulgando los riesgos a los que los postulantes nos exponen a todos en su proselitismo contagioso, pues no hay peor sanción para quien busca ser el favorito del pueblo a cualquier precio que ser mostrado ante ese mismo pueblo en toda su miseria.

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