Editorial: El retorno de la repartija
Editorial: El retorno de la repartija
Redacción EC

Hace ya casi nueve meses nuestro Congreso protagonizó un escándalo que ha quedado registrado en la memoria pública bajo el apropiado nombre de “la repartija”. Como se recordará, por esos días las diferentes bancadas parecieron haberse puesto finalmente de acuerdo para nombrar en bloque a las 6 magistraturas (de un total de 7) del Tribunal Constitucional (TC) que permanecían sin reemplazo, luego de más de dos años y medio de espera en algunos casos. Hasta que una elocuente grabación, y la poco presentable (al menos para lo que toca al pleno del TC) identidad de 3 de los 6 nominados, pusieron en evidencia que, más que preocuparse por dotar al máximo órgano de interpretación jurídica del país con profesionales de primer nivel, nuestras bancadas se habían preocupado por dotarse a sí mismas de alfiles que pudieran servir a sus intereses dentro de una entidad con mucho poder. Entonces vino el escándalo y una muy saludable protesta pública que demostró que sí hay en el país una ciudadanía que siente como efectivamente suyas a sus instituciones y que, llegado el caso, está dispuesta a movilizarse para defenderlas.

Así fue como se cayó la repartija. O al menos eso fue lo que todos creímos cuando se anuló la votación hecha y el presidente del Congreso tuvo que salir a prometer que en la próxima lista de nominados solo se consideraría a los mejores, sin tener en cuenta consideraciones de amistad o tinte partidario alguno. 

Pero no. Si algo muestra la noticia con que este miércoles nos han sorprendido nuestros congresistas al negarse a votar la lista de nominados para la que supuestamente habían trabajado durante estos meses  en ponerse de acuerdo, es que el espíritu que animó a “la repartija” ha seguido vivo y moviéndose en el Congreso, a la espera del momento de volver a actuar. Momento que llegó el miércoles, cuando sorpresivamente un partido se negó a aceptar a uno de los candidatos por su cercanía con otro partido, mientras que al mismo tiempo todos los demás se negaban a votar uno por uno –en lugar de en bloque– a cada nominado. 

Naturalmente, la férrea intención de solo votar en bloque muestra nuevamente que el criterio que primó para la lista de consenso a la que supuestamente habían llegado las bancadas fue el de repartirse entre ellas los puestos vacantes. El que ahora tuviesen más cuidado con la trayectoria profesional y personal de sus nominados (y hay algunos que la tienen intachable) no resta a que este haya sido el caso. Si de verdad lo que más les importase fuese la idoneidad para el cargo, hubiesen estado dispuestas a votar uno por uno a los candidatos. Pero claro, de esa forma ninguna tendría asegurado que el “suyo” sería elegido.

En otras palabras, nuestras bancadas han actuado nuevamente, buscando representarse mucho más a ellas que a los ciudadanos. 

Por otra parte, si el asunto se les ha vuelto a salir de las manos es porque los partidos del Congreso han demostrado, junto a terquedad para salirse con la suya, una enorme incapacidad política. Esto es, no solo han tenido ánimo de reincidencia, sino también torpeza.  Más allá de que fuese hecha en el espíritu de la repartija, se supone que esta lista era algo que debía haberse venido conversando y depurando en los nueve meses que han pasado. Y, sin embargo, ha explosionado apenas se ha intentado someter al acuerdo oficial de los portavoces de las bancadas.

Y así es como venimos a cumplir más de tres años con un TC técnicamente vacío –salvo por 1 puesto. Lo que, demás está decirlo, abre un enorme flanco para nuestro Estado de derecho –flanco del que más de una fuerza podría intentar aprovecharse en el futuro– y nos resitúa, como república, en un nivel inconfundiblemente  bananero.

Acaso, en fin, la manera para el Congreso de dejar de estrellarse en el tema del TC con la por lo visto inevitable pared de sus propios vicios sea dejar de intentar elegir nuevos miembros para nuestro TC y pasar a elegir más bien una nueva manera de escogerlos a ellos. Es decir, una en la que no participe él mismo.