/ Renzo Salazar
Editorial El Comercio

La excandidata presidencial y lideresa del partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori, recobró el lunes su libertad por disposición del Poder Judicial. Como se sabe, desde el 29 de enero de este año, ella estaba cumpliendo una renovada orden de prisión preventiva en el contexto de la investigación que se le sigue por presunto lavado de activos, organización criminal y obstrucción de la justicia. Pero la semana pasada, la Segunda Sala de Apelaciones atendió el pedido de su defensa y, tras revocar la orden ya mencionada, dictó su excarcelación.

Ella deberá cumplir ahora con las limitaciones del régimen de comparecencia restringida que se le ha impuesto en remplazo del anterior (así como con aquellas que nos afectan a todos en medio de la actual emergencia), pero en general ha recuperado la mayoría de los derechos ciudadanos que la asistían antes de ser recluida en el Penal Anexo de Mujeres de Chorrillos.

La pertinencia de la decisión de la justicia en este caso es ya motivo de controversia y con seguridad lo seguirá siendo en las semanas venideras. No es objeto de este editorial, sin embargo, abordar esa discusión, sino reflexionar acerca de una de sus consecuencias: la posibilidad que tendrá la señora Fujimori de participar nuevamente en la política.

Es presumible que, en un principio, quiera ella dedicar su tiempo preferentemente a la familia de la que ha estado alejada en estos meses. Pero la circunstancia de ser lideresa de un partido con una bancada parlamentaria que, por disminuida que esté frente a la que ostentaba en el Congreso anterior, es importante, la pondrá más temprano que tarde en el trance de volver a la política. De hecho, algunos de los mensajes que colgó en las redes durante su último encierro tenían un matiz de ese corte.

La libertad de la que gozó entre fines de noviembre del año pasado y fines de enero del presente fue tan breve que prácticamente no tuvo ocasión de hacerlo. Esta vez, no obstante, daría la impresión de que la situación va a ser distinta.

¿Cuál es el rol que cumplirá ella una vez que decida regresar a la arena política? Una opción es que sea uno de oposición, lo que coincidiría con la posición que tenía antes de iniciar sus distintos períodos de encierro y con la línea que sigue la bancada fujimorista en el Legislativo. Pero no necesariamente tiene que ser así. Podría, por ejemplo, adoptar una actitud más proactiva, y ayudar tanto a los varios esfuerzos que se están tomando para mitigar el impacto de la pandemia por el coronavirus como a la transición democrática que sí o sí tiene que ocurrir en el 2021.

Después de todo, la señora Fujimori haría bien en recordar que los electores otorgan apoyo a aquellos líderes que perciben como efectivos, y no se demoran en desencantarse de los que, a su juicio, no proponen alternativas. Incluso si volviera a ubicarse en la oposición, no debería regresar a la actitud que caracterizó su pasada forma de liderar a Fuerza Popular. A saber, la de un bloqueo cerril a las iniciativas del Ejecutivo y una laxitud lindante con la complicidad con los corruptos y acosadores que existían dentro y fuera del Parlamento. Sería de esperar que alguna lección hubiese extraído durante todo este tiempo del descaminado ejercicio de la dosis de poder que tuvo en sus manos tras las últimas elecciones generales. Una lección que la condujese a cumplir su rol político con rigor y con mesura.

No está de más repetir lo que escribimos aquí en la anterior ocasión en que la señora Fujimori recobró la libertad. “Sería muy saludable –dijimos– que […] viera todo esto como una oportunidad de empezar a practicar la política con un espíritu muy distinto al que le hemos conocido desde que perdió las elecciones del 2016. Esto es, de transparentar sus acciones, de explicar cuáles son los objetivos que persiguen tanto ella como su agrupación y de abandonar el estilo obstruccionista que tanto daño le ha hecho al país”.

Y si eso era recomendable hace cinco meses, hoy resulta ya imprescindible. Ojalá ella lo entienda así.