Editorial: Son las formas
Editorial: Son las formas

El Perú es todavía un país machista. Las cifras estadísticas sobre los roles en el hogar, las posiciones en el trabajo y otros datos fríos respaldan la afirmación; la experiencia e historias personales de la gran mayoría de peruanos la confirman. 

El trato diferenciado en el ambiente laboral en perjuicio de las mujeres es una consecuencia patente de la discriminación de género que aún subsiste. Según el INEI, la brecha salarial entre hombres y mujeres en el sector privado formal asciende a 32%.

Con esto en mente, Mercedes Aráoz, segunda vicepresidenta de la República y congresista de Peruanos por el Kambio (PPK), ha propuesto una ley para terminar con la discriminación de sueldos en el Perú. El objetivo de la iniciativa es sin duda meritorio.

El problema con el proyecto de ley no es su objetivo, sino las herramientas de las que se vale para alcanzarlo. En primer lugar, el proyecto de ley fuerza a los empleadores a desarrollar una política salarial estandarizada del centro de trabajo y a informar a sus trabajadores sobre esta. En una economía altamente informal como la peruana y en la que la mayoría de personas trabaja en una microempresa o pequeña empresa, esa política salarial estandarizada se convertirá en una más de la ruma de papeles que, con pesadez, firman los trabajadores y, a la larga, en un sobrecosto adicional a la formalidad.

Más aun, las leyes para promover la igualdad salarial de género han tenido un éxito limitado. En Estados Unidos, la Ley de Equidad Salarial, de 1963, no ha logrado cerrar la brecha de 20% que aún existe entre hombres y mujeres. En el Perú existen ya normas –como la Ley 26772 y la Ley 28983– que protegen a las mujeres de diferenciaciones injustas en el ámbito laboral. La propuesta de la bancada de PPK solo hace más explícita una obligación que ya existía en el ordenamiento jurídico.

El problema medular de la iniciativa legislativa es que supone que un fiscalizador laboral o un juez podrían fácilmente observar cuándo un hombre y una mujer tienen el mismo nivel de productividad laboral y, a partir de ahí, distinguir si la remuneración diferenciada es discriminatoria. La tarea sería igual de difícil si intentaran comparar a dos hombres o a dos mujeres. Pues lo cierto es que características como la proactividad, la creatividad, el liderazgo, la responsabilidad de cada trabajador o la posibilidad de que ese trabajador pueda ser captado por otra empresa son solo conocidas por el empleador (además de difícilmente estandarizables en un papel), quien debería conservar siempre la posibilidad de remunerarlas de acuerdo con sus necesidades empresariales. De lo contrario, la propuesta podría terminar perjudicando a quienes buscaba beneficiar: si un empleador corre el riesgo de una sanción por practicar diferencias salariales legítimas entre empleados de diferente género, podría dejar de contratar a mujeres de plano para eliminar cualquier riesgo.

Lo anterior no significa que no haya una agenda pendiente para reducir la brecha de género en el mercado laboral. Todo lo contrario. Esta debería pasar, por ejemplo, por promover en los sectores público y privado el trabajo a distancia (teletrabajo) y el trabajo a tiempo parcial. En la medida en que las empresas y entidades públicas solo ofrezcan empleos de ocho o diez horas al día en una oficina, miles de personas competentes continuarán abandonando el mercado laboral para dedicarse a responsabilidades familiares. Una situación particularmente desventajosa para las mujeres hoy en día.

La agenda también pasa por incentivar a las mujeres jóvenes a elegir carreras altamente productivas que en ocasiones se asocian equivocadamente con el género masculino. El Estado y las empresas, además, necesitan hacer más visibles a las líderes en sus respectivos sectores, así como evidenciar las mejores prácticas laborales a favor de las mujeres, para motivar, a través de la reputación, su multiplicación.

Como se ve, hay mucho que hacer para igualar las condiciones laborales entre hombres y mujeres en el país, y compartimos la preocupación de la señora Aráoz al respecto. Pero no todas las formas de conseguirlo son iguales.