Editorial: Sufre, peruano
Editorial: Sufre, peruano

La segunda vicepresidenta de la República y congresista de Peruanos por el Kambio (PPK), Mercedes Aráoz, causó revuelo en los últimos días a raíz de una entrevista en la que afirmó que los parlamentarios fujimoristas hacen sufrir al oficialismo. “A veces se imponen con normas que, de verdad, me parece que son populistas y no sirven para nada”, sentenció. Y aunque la indignación que ello provocó en algunos miembros de la bancada de Fuerza Popular (FP) la llevó luego a recurrir al socorrido expediente de decir que sus declaraciones habían sido ‘sacadas de contexto’, lo cierto es que su juicio no estuvo muy descaminado.

Desde que empezó este gobierno, en efecto, el fujimorismo ha tratado de impulsar desde el Legislativo algunas iniciativas francamente populistas; esto es, que benefician a un grupo muy preciso de futuros votantes e imponen un costo difundido al resto de la sociedad, o que, en la mejor de las eventualidades, no pasan de ser declaraciones líricas y pérdidas de tiempo para todos. Iniciativas, en fin, cuya aprobación no solo se traduciría en padecimiento para los miembros de los otros grupos presentes en el Congreso, sino para los vastos sectores de la ciudadanía que tendrían que soportar sus efectos negativos.

Nos referimos, por citar algunos casos, a la ley que pretende limitar la importación de insumos lácteos (que beneficiaría a los productores pero perjudicaría a los consumidores), a la que propone crear un régimen especial de incentivos para compradores de las microempresas y pequeñas empresas, o a la que busca que las entidades públicas reserven hasta el 5% de sus vacantes disponibles para la contratación de mujeres víctimas de la violencia familiar.

El problema con el diagnóstico de la congresista Aráoz, sin embargo, es que es solo parcial, pues iniciativas populistas, para ser sinceros, surgen constantemente en todas las bancadas; la gobiernista incluida.

Populista es, por ejemplo, el proyecto del legislador ppkausa por Loreto, Jorge Meléndez, que quiere exonerar de los impuestos al GLP siempre que su consumo se realice en la región que él representa. O también, la ley ‘de los trabajadores del hogar’, para lograr una igualdad con respecto a la remuneración mínima, compensación por tiempo de servicios y gratificaciones.

Y populista, sin duda, es la ley propuesta por la propia parlamentaria Aráoz ‘contra actos de discriminación, a efectos de garantizar la igualdad de trato remunerativo entre hombres y mujeres’, tan criticada en su momento por su probable ineficacia e incremento de la discrecionalidad burocrática, y de la que, felizmente, no hemos vuelto a escuchar.

Sobre la mayoría de estas iniciativas, hemos editorializado ya en esta página, lo que nos exime de repetir por qué las consideramos inconvenientes o inaplicables. Lo que queremos destacar aquí es, más bien, la actitud general de la representación nacional –porque, como decíamos antes, proyectos populistas se pueden encontrar también entre las propuestas del Apra, Acción Popular, Alianza para el Progreso y, ciertamente, en las del Frente Amplio– a propósito de la tarea esencial que le toca.

La formulación de leyes, en efecto, no parece ser entendida por muchos de nuestros parlamentarios como un ejercicio de creación de normas neutras, universales y de utilidad probada para el conjunto de la sociedad, sino una exploración en los intereses de los grupos de votantes que podrían reelegirlos dentro de cinco años y un intento por gratificarlos.

En lugar, entonces, de tratar de desdecirse de lo que afirmó en su reciente entrevista, la vicepresidenta debería grabarlo en piedra y colocarlo en algún lugar visible del Palacio Legislativo como un recordatorio y una invitación a la reflexión autocrítica para todos los parlamentarios cada vez que entren a ese recinto.

El resultado será con seguridad un alivio para los congresistas cansados de ser arrastrados a discusiones prolongadas y de poca utilidad por sus colegas de tal o cual procedencia partidaria, pero también –y sobre todo– para la enorme mayoría de peruanos condenados hasta ahora a sufrir los estragos de la perniciosa ingeniería social que intentan desplegar sobre ellos cotidianamente los legisladores que confunden el buen gobierno con la eterna campaña.