Editorial: Trabajos y Díaz
Editorial: Trabajos y Díaz

Tras solo cuatro días de haber asumido el cargo de coordinador parlamentario de la Contraloría General de la República, el ex legislador fujimorista Juan Díaz Dios renunció el jueves pasado a esa posición, en medio de una controversia política. Una avalancha de críticas en el Congreso (que incluyó las de algunos miembros de la bancada de Fuerza Popular) y una difundida suspicacia ciudadana de la que se hicieron eco los medios lo llevaron, al parecer, a tomar tal decisión.

La objeción central a su designación tenía que ver con la inconveniencia de reclutar para una institución que “supervisa, vigila y verifica la correcta aplicación de las políticas públicas y el uso de los recursos y bienes del Estado” a una persona con un perfil político notoria y expresamente contrario al de la gestión que hoy administra el Ejecutivo, por el sesgo que podría imprimirle a una tarea que tendría que ser más bien aséptica. Ante esto, sin embargo, Díaz Dios ha respondido reivindicando su derecho a ganarse la vida y alegando que ha sido simplemente víctima de ‘discriminación laboral’.

Pero si bien la necesidad de trabajar es un elemento de la condición humana reconocido desde los tiempos de Hesíodo, es claro que en este caso no estamos hablando de un trabajo como cualquier otro, y que las circunstancias que lo hacen políticamente espinoso, además, atañen tanto a quien lo aceptó –por las razones ya expuestas– como a quien lo ofreció.

Conviene recordar, en ese sentido, que la elección de Édgar Alarcón como contralor general de la República se dio el 8 de junio pasado en la Comisión Permanente del Congreso; es decir, durante el gobierno anterior y con una conformación parlamentaria distinta a la actual. Y que antes de que se produjera la votación, los representantes de Fuerza Popular y el Apra se retiraron de la sala en protesta porque sus cuestionamientos a la idoneidad de Alarcón para el cargo no fueron atendidos.

Como es obvio, esto ha dado pie a que se malicie un eventual interés del nuevo contralor por resultar grato a la bancada que actualmente ostenta la mayoría del Parlamento como una forma de despejar la amenaza que la antigua ojeriza fujimorista pudiera suponer para su permanencia en el puesto. Y en esa medida, el hecho de que el trabajo del que venimos hablando le fuera ofrecido a Díaz Dios por el mismo Alarcón, ha suscitado más de una inquietud.

En efecto, según narró el ex congresista, el contralor le había dicho que su perfil encajaba  para el puesto de coordinador parlamentario, un par de semanas antes de que terminara sus funciones legislativas. Esto es, en los días inmediatamente posteriores a su accidentada elección y ya con el conocimiento de quiénes iban a ser mayoría en la nueva conformación de la representación nacional.      

No obstante, y a pesar del mal sabor que aquello le contagiaba a la oferta, Díaz Dios aceptó someterse a las evaluaciones y, tras haberlas aprobado, asumir el cargo… con las consecuencias que conocemos.

En las horas previas a su renuncia y con posterioridad a ella, el ex legislador trató de relativizar su cercanía con el fujimorismo para desvirtuar a sus críticos (“no formo parte del partido hace año y medio”, llegó a declarar). Pero la verdad es que el solo hecho de que terminase presentándola –y aplicando así un control de daños a la mellada situación del conglomerado naranja– desbarata esa tesis.

Otros trabajos estarán a disposición de Díaz Dios seguramente en el futuro inmediato, ya que, como han mostrado las evaluaciones que tuvo que superar en este caso, reúne condiciones y talentos que en muchos lugares sabrán apreciar. De lo que se trataba en este trance, no era de negarle el derecho a ganarse la vida como cualquier prójimo, tal como él ha sugerido, sino de conjurar la posibilidad de que una tarea medular para la democracia como la lucha contra la corrupción fuera empañada una vez más por la sospecha de las intromisiones de la política menuda y sus descomedidos operadores.