(Foto: Presidencia de la República)
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Editorial El Comercio

A estas alturas, parece inminente que la cadena de eventos que se inició con la difusión del audio de una conversación privada entre el ministro de Economía, Alfredo Thorne, y el contralor general de la República, Edgar Alarcón, ocurrida el 17 de mayo, dejará como resultado la salida de la cabeza del MEF. Lejos de descartar esa posibilidad, su presentación ante el pleno del Congreso el último viernes sirvió para disipar las dudas de que, ya sea por una renuncia o una censura, el ministro Thorne tiene las horas contadas en el Gabinete Ministerial.

La pista de una salida propiciada por el Ejecutivo vino por parte del mismo ministro. Al cierre de su intervención en el Parlamento, Thorne manifestó: “Una persona honorable no puede seguir en mi cargo si las decisiones de la mayoría parlamentaria no muestran el mismo compromiso”. Por el lado del Legislativo, los legisladores fueron aun más contundentes. Finalizada la presentación del titular de Economía, en una conferencia de prensa, el congresista Mauricio Mulder anunció –a nombre de las bancadas de Fuerza Popular (FP), el Apra, el Frente Amplio y Acción Popular– que si el ministro Thorne no renuncia en los próximos días, serán ellos quienes presenten una moción de censura en su contra.

Si bien la conversación que sostuvo el ministro con el contralor, apreciada en su totalidad, no permite advertir algún acto ilícito, el titular de Economía sí cometió, por lo menos, dos errores políticos durante esa interacción. Por un lado, fue poco oportuno abordar en una misma sesión tanto el informe que la contraloría se encontraba elaborando sobre la adenda al contrato de construcción del aeropuerto de Chinchero como la solicitud de esa entidad para un incremento en su presupuesto. Una circunstancia que dio pie a suspicacias que han sido explotadas al máximo por sus adversarios políticos.

Y, por otro lado, se encuentran las referencias que hizo el ministro a los supuestos encargos del presidente Pedro Pablo Kuczynski, quien –según se oye decir a Thorne– había rechazado ver el tema de las contribuciones a la contraloría pues primero quería que Thorne hablara con el contralor y requerir su ayuda. Así, aunque el jefe de la cartera de Economía aseguró ante el pleno que en ningún momento el presidente le instruyó pedirle al contralor nada sobre el proyecto de Chinchero, ya se había otorgado una razón más a la oposición para cuestionar su presencia en el Consejo de Ministros al haber comprometido en el desaguisado al mandatario.

En el desempeño de un cargo como el de ministro de Estado, los errores políticos se pagan caro, más todavía cuando la distribución de fuerzas en el Congreso no favorece al Ejecutivo, y la oposición se encuentra muy proclive a pasarle factura y explotar cada tropiezo del gobierno, agudizando su inestabilidad.

Recordemos, si no, lo ocurrido con el ex ministro de Educación Jaime Saavedra. Aquella vez, la oposición no solo lo maltrató en una sesión de interpelación en la que faltaron los argumentos y sobraron los agravios gratuitos, sino que luego se vanaglorió con frases del estilo de “ya saben con quién se meten” (Cecilia Chacón, FP).

La siguiente víctima fue Martín Vizcarra, ex titular de Transportes y Comunicaciones, quien contribuyó con sus vacilaciones sobre la firma de la adenda al contrato de concesión del aeropuerto de Chinchero a la causa de las bancadas opositoras predispuestas a solicitar su licenciamiento, al punto que algunos parlamentarios, como Daniel Salaverry (FP), pidieron luego su salida de la vicepresidencia.

Por renuncia o censura, hoy parece claro que Thorne será el tercero en caer, dejando la sensación que por más conocimiento técnico y ética profesional que demuestren, este gobierno parece no contar con la destreza para que sus ministros eviten los tropiezos que los exponen innecesariamente, o salgan airosos de los enfrentamientos políticos que el contexto actual les exige.