(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)
Editorial El Comercio

La nueva iniciativa congresal para vacar al presidente Kuczynski, impulsada por las bancadas del Frente Amplio (FA) y Nuevo Perú (NP) –y probablemente respaldada a la larga por Fuerza Popular (FP)–, ha vuelto a despertar en diversos sectores la preocupación sobre el impacto que, de prosperar, esa circunstancia tendría en el gobierno del país. Como es obvio, no solo la inversión se vería afectada por la consecuente incertidumbre política, sino también cualquier empeño de reforma, reconstrucción o siquiera continuidad en programas relacionados con la salud, la seguridad o alguna otra tarea fundamental para el desarrollo de la nación. 

Esa reflexión, sin embargo, tiene que movernos a levantar la cuestión de cuántos de tales empeños están avanzando sin que ese indeseable designio se haya abatido aún sobre nosotros, porque la diferencia entre una presidencia vacada y una no ejercida es sutil e insuficiente para superar los problemas del Perú. Y la verdad es que si se hace un balance de las asignaturas pendientes del Ejecutivo en lo que va del año, preocupantemente no se encuentra demasiado para colocar en la columna del ‘haber’. 

Más allá del tardío aliento al proyecto de ley para reemplazar el Decreto de Urgencia 003 y la decisión de declarar que el dictador venezolano Nicolás Maduro no será bienvenido en la próxima Cumbre de las Américas a celebrarse en nuestra capital, es poco lo que el gobierno en su conjunto puede exhibir. Y si estrechamos el campo de observación específicamente a la presidencia, la cosecha resulta todavía más exigua. 

El mandatario, en efecto, se ha prodigado en estas semanas en ocasiones que sirven para la foto y el discurso sobre un trabajo incesante que no cede a las tentaciones de la distracción política, pero que en realidad no se traducen en acciones que exuden el liderazgo que la hora demanda. Las ‘inspecciones’ de obras en marcha con un casco sobre la cabeza o las visitas inopinadas a una comisaría relacionada con un drama que tiene consternada a la ciudadanía adquieren sentido si y solo si acompañan medidas orgánicas que hagan verosímil que existe una reforma en marcha en el área a la que el gesto alude. Y de eso, no se ha visto nada. 

Peores son, por otra parte, los presagios que sugiere la reciente noticia de que el presidente ha ordenado al ministro de Trabajo que convoque inmediatamente al Consejo Nacional del Trabajo para ‘evaluar’ la remuneración mínima vital. Un evidente preludio a su elevación, sin que la productividad o la economía del país hayan registrado un crecimiento importante: es decir, una grosera medida populista que complicará la situación laboral de quienes están fuera del sector formal (porque encarecerá la posibilidad de contratarlos) a cambio de ganar algo de popularidad para sostenerse en el cargo. 

Y es que tal parece ser el único afán que inquieta al presidente Kuczynski: sostenerse en el cargo. Días atrás, precisamente, mientras ‘supervisaba’ obras en Tarapoto, el jefe de Estado pronunció una frase que daría la impresión de condensar los valores implícitos en la situación que describimos. “El tiempo pasa, pero yo sigo”, dijo. 

El problema, sin embargo, es que el país reclama que pase algo más. Algo que se asemeje, pálidamente aunque sea, a la ‘revolución social’ tantas veces prometida. 

Con lo importante que es salvaguardar la institucionalidad democrática y el sentido del voto popular de las elecciones del 2016, si la gente está persuadida de que el presidente ‘se fue de vaca’, difícilmente opondrá resistencia de forma mayoritaria a los intentos de vacarlo. 

El mandatario, no obstante, se agota en estos días en gestos dirigidos a las tribunas, creyendo que dos o tres puntos más de aprobación en la próxima encuesta le garantizarán su permanencia en el poder. 

Jorge Luis Borges dijo alguna vez que Baruch Spinoza, el filósofo holandés del siglo XVII, “entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser”. “La piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”, escribió el poeta argentino en una frase que la historia de la literatura ya se encargó de inmortalizar. En nuestra prosaica cotidianeidad, sin embargo, los peruanos necesitamos de un presidente que aspire a algo más que seguir siendo presidente.