(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Editorial El Comercio

En ciertas ramas de la epistemología, la capacidad de predecir eventos en base a supuestos y observaciones previas es fundamental en cualquier ciencia que se precie de serlo. Vista así, la ciencia económica tiene aún mucho camino por recorrer: su incapacidad de anticiparse a crisis financieras, a tendencias que revolucionan los mercados o incluso a tasas de crecimiento del producto es todavía patente. Ello no impide, sin embargo, que se pueda ensayar un panorama realista de la situación económica del Perú en este 2019 basado en tres frentes: la economía externa, la economía interna y la política.

Desde el frente internacional, la situación parece estable –con una tasa de expansión global proyectada de 3,6% este año (casi idéntica a la del 2018), y EE.UU. y China creciendo a paso saludable– pero aún sujeta a varios riesgos. Las tensiones comerciales entre estos dos países, el desenlace final del ‘brexit’, la volatilidad creciente de los mercados financieros internacionales, la debilidad de algunas economías emergentes como Argentina o Turquía, la reducción proyectada de los precios de los commodities, entre otros, pueden hacer mella sobre las expectativas de este año. En un mundo cada vez más interdependiente, ignorar estos factores puede llevar a errores de política interna graves, o a adjudicar responsabilidades o mérito donde no corresponde.

Desde el frente de economía interna no se anticipan, por el momento, baches significativos, pero las proyecciones tampoco son demasiado auspiciosas. Según el BCRP, la expansión del PBI del 2019 sería de 4%, y “la solidez en los datos de crecimiento de empleo y la disponibilidad de financiamiento sostienen el crecimiento del consumo privado de 3,7%, en tanto que se aceleraría la inversión privada a 6,5%”. Respecto de esto último, el ente emisor señala que “los anuncios de proyectos de inversión privada para el período 2019-2020 alcanzan alrededor de US$19 mil millones considerando un mayor dinamismo en el sector minero luego del inicio de importantes proyectos en este año”. Si la inversión privada parece que tendría un mejor año preocupa, sí, la situación de la inversión pública: con los nuevos alcaldes y presidentes regionales tomando recién los cargos, su tasa de expansión pasaría de 9,9% el año pasado a 2,8% este año.

En general, como hemos señalado en anteriores ocasiones, un crecimiento de 4% del producto no es necesariamente negativo, pero sí resulta insuficiente para cerrar en el mediano plazo las brechas de pobreza e informalidad que existen en el país. Deja por ello un breve sinsabor que el ministro de Economía, Carlos Oliva, se anime a celebrar que –con 4%– este año el Perú crecería más que sus pares de la Alianza del Pacífico, al tiempo en que las reformas que se requieren para aspirar a tasas que realmente puedan cambiarle el rostro al país no aparecen en el debate.

Lo que nos lleva al último frente: el político. No es realista desanclar la actual coyuntura política –cargada de páginas judiciales, confrontación entre poderes del Estado y enorme incertidumbre– de las expectativas de inversión y de crecimiento económico. Por su lado, la popularidad del presidente Martín Vizcarra le ha dado al Ejecutivo la oportunidad de plantear reformas económicas más ambiciosas que antes, pero aún no queda claro que esta sea la ruta que desea tomar el presidente ahora empoderado. Mientras el gobierno continúe hablando a media voz sobre la reforma de infraestructura, laboral o del sector público –solo por mencionar algunas de las más urgentes para la economía– seguiremos celebrando un 4% de crecimiento para el siguiente año.