Editorial: Zanahorias para el Gobierno
Editorial: Zanahorias para el Gobierno
Redacción EC

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 40% de los niños menores de 5 años en países en desarrollo sufren de deficiencia de vitamina A como consecuencia de una alimentación basada en carbohidratos y pobre en nutrientes. Esta condición es la causa de ceguera, infecciones, debilidad en el sistema inmunológico y, en más de medio millón de casos al año, muerte. Para combatir este problema, a inicios de la década pasada se desarrolló el llamado arroz dorado, un producto de la ingeniería genética que contiene beta-caroteno (provitamina A) y que puede ser una solución barata, efectiva y escalable a la deficiencia de dicha vitamina en buena parte del mundo.

El arroz dorado es uno de los cientos de organismos genéticamente modificados (OGM), también conocidos como transgénicos, creados en los últimos años. Estas son especies que han recibido la transferencia de un gen útil de otra planta, animal o microorganismo a fin de que exprese alguna característica deseable. Existen, por ejemplo, plantas que producen su propio insecticida, cultivos con resistencia a heladas, sequías y enfermedades, vegetales con mucho mejor rendimiento por hectárea y contenido vitamínico, además peces y moluscos de rápido crecimiento para la acuicultura y vacas con leche de mejor calidad. Las posibilidades son, casi literalmente, infinitas. 

En el Perú, sin embargo, la siembra del arroz dorado y de otros espectaculares logros de la ingeniería genética moderna acarrearía una multa de hasta S/.3,8 millones. En línea con la moratoria vigente hasta el 2020 para los OGM, la semana pasada el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) publicó la escala de sanciones para quienes incumplan esta normativa. Aunque aún faltan normas de otros ministerios para regular la fiscalización de transgénicos, las actividades piloto de detección ya empezaron.

Para justificar la moratoria, algunos argumentaron que los OGM son –o pueden ser– dañinos para la salud. Esta posición es imposible de sostener con evidencia científica. La Organización Mundial de la Salud (OMS), la Asociación Médica Estadounidense, la Sociedad Real de Inglaterra, y demás organizaciones serias que han examinado el perjuicio potencial de los OGM a la salud humana indican que los riesgos asociados a los transgénicos no son mayores a los relacionados con el consumo de plantas mejoradas con las técnicas tradicionales –es decir, las que comemos todos los días–. De hecho, mientras que los estudios que supuestamente ‘demostraban’ los daños a la salud causados por los OGM son retirados de las publicaciones académicas por falta de rigurosidad científica, la investigación más grande sobre el tema –financiada por la Unión Europea con US$425 millones por un período de 10 años– concluyó que los transgénicos no solo son inofensivos, sino que deben formar parte de la agricultura moderna para asegurar la sostenibilidad de los alimentos.

Otros argumentan que la biodiversidad del Perú se verá perjudicada por la siembra de OGM: los cultivos tradicionales –dicen los detractores– se contaminarán con la variedad transgénica y se perderán. Lo cierto, no obstante, es que a la fecha no se ha reportado ningún daño significativo a la biodiversidad por el uso de estos. Más aún, según la Asociación Peruana para el Desarrollo de la Biotecnología, 10 de los 17 países megadiversos del mundo poseen cultivos transgénicos: en ningún caso se produjeron daños a la biodiversidad. Con el cuidado apropiado en la separación de áreas de cultivo, los OGM son tan inofensivos al ecosistema como lo son a la salud.

Finalmente, desde el punto de vista económico, los beneficios son enormes. Entre 1996 y el 2012, el cultivo de OGM otorgó a los agricultores de países en desarrollo US$58.000 millones adicionales, al tiempo que redujo el uso de pesticidas y fertilizantes. Esta noticia no solo es positiva para los productores agrícolas, sino también para los consumidores, principalmente los más pobres, que pueden acceder a más productos, más baratos y de mejor calidad gracias a la nueva tecnología.

Y si algunos agricultores decidiesen dejar de sembrar la variante tradicional para empezar a cultivar la especie transgénica con mejores rendimientos y menos vulnerabilidad ante el clima y las plagas, y así mejorar su nivel de vida, mal haría el Gobierno Peruano, en nombre de una idea romántica e idílica de la pureza del campo peruano, en impedir su acceso a tecnología mejorada y condenarlos a los niveles de subsistencia en los que hoy muchos viven. En el caso de los transgénicos, parece que el Estado es el que necesita una dosis extra de beta-caroteno para sacudirse de su ceguera y levantar la moratoria.