(FOTO: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO)
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/ Alessandro Currarino
Editorial El Comercio

La tradición le atribuye a Luis XV, penúltimo rey de Francia, la sentencia: “Después de mí, el diluvio”. Una frase que no solamente debe asociarse a la situación que existía en ese país poco antes de la revolución, sino también a la distorsionada imagen que el monarca tenía de sí mismo. No fue él, en efecto, un gobernante que haya pasado a la historia por sus aciertos y sin embargo las palabras que presuntamente pronunció parecen provenir de alguien que se juzgaba providencial e imprescindible para la sociedad sobre la que regía. Un mal que suele manifestarse en políticos de todas las épocas y al que, daría la impresión, el expresidente Martín Vizcarra no es inmune.

Como se sabe, el exmandatario ha confirmado en estos días que encabezará la lista congresal por Lima de Somos Perú para las elecciones del 11 de abril y, en un esfuerzo por justificar esa desconcertante postulación, ha ofrecido una entrevista al diario español “ABC” en la que ensaya argumentos emparentados con el sentido de la frase atribuida a Luis XV.

Se trata, aclaremos primero, de una candidatura desconcertante, porque la bancada del partido elegido para hacerla posible votó mayoritariamente en el Congreso por la vacancia del ex jefe del Estado: un trance que, en la entrevista aludida, él considera ni más ni menos que un “golpe institucional”. Y la circunstancia de que la mayoría de esos legisladores haya renunciado luego a la organización política en cuestión o esté sometida a procesos disciplinarios internos no cambia realmente el contrasentido.

Por otro lado, hace menos de 4 años, cuando era vocero de la bancada de Fuerza Popular, el actual candidato presidencial de Somos Perú, Daniel Salaverry, se expresaba del alejamiento de Vizcarra del portafolio de Transportes y Comunicaciones por problemas relacionados con el proyecto del aeropuerto de Chinchero diciendo que era “una persona que no ha sabido manejar un ministerio, que no ha podido ni siquiera con un proyecto de un aeropuerto y que ha tenido que renunciar por irregularidades y poca transparencia”. ¿Cómo podrían, entonces, ser ahora ellos dos los satisfechos socios de esta aventura política?

En lo que concierne a las razones para tentar una curul, el expresidente habla en el reportaje de una “obligación moral” para “continuar en política” y de no poder ser “indiferente” ante una “sociedad que quiere cambios”… Lo que deja el claro sabor de que, en su opinión, tales cambios no serían posibles sin él. Si combinamos, además, esa declaración con su “saludo” y agradecimiento a “la reacción del pueblo peruano” tras la aprobación de la vacancia (en la que da a entender que las protestas de los días posteriores a la llegada de Manuel Merino a Palacio eran una forma de respaldo a él), estamos a un paso de esas fórmulas autocomplacientes en las que los caudillos de toda laya afirman que postulan a un cargo porque el pueblo lo demanda. Digamos, en lugar de “después de mí, el diluvio”, “sin mí, el diluvio”.

Conviene no perder de vista, por otra parte, las investigaciones que se le siguen al exmandatario por presuntos actos de corrupción durante su gestión como gobernador regional de Moquegua y frente a las cuales un escaño podría servirle de parapeto político. Máxime cuando, de acuerdo con testimonios de representantes del Ministerio Público, una tercera empresa –aparte de ICCGSA y Obrainsa– habría manifestado su disposición a sumarse al proceso de colaboración eficaz que lo tiene al centro. No basta, pues, proclamar que se está en contra del uso ventajista de la inmunidad parlamentaria para exonerarse de las suspicacias que esta postulación despierta. En honor a la verdad, a la luz de esta consideración, las motivaciones esgrimidas para la candidatura del ex jefe del Estado al Congreso acaban pareciendo una distracción y hasta sonando engañosas.

Habrá que permanecer vigilantes, en consecuencia, para evitar que esos temores se confirmen.