(Foto: Congreso).
(Foto: Congreso).
Editorial El Comercio

La planteada por el presidente del Consejo de Ministros y votada por el Congreso la semana pasada concitó la atención ciudadana de tal modo que otros asuntos políticos de gran actualidad y relevancia, como las elecciones municipales y regionales a celebrarse en menos de 15 días, pasaron a un segundo plano. Y aun en el contexto del referido episodio hubo detalles que, habida cuenta de lo llamativo que resultaba el enfrentamiento entre el gobierno y la oposición fujimorista, pasaron prácticamente desapercibidos para la mayoría.

Uno de ellos fue la forma en que votó la bancada del (FA) y la explicación que dieron sus voceros al respecto. El grupo parlamentario liderado por votó concretamente el miércoles pasado en contra de la confianza al Gabinete Villanueva y, por lo tanto, también de las iniciativas de reforma que precipitaron la activación del mencionado resorte constitucional y del referéndum en que estas debían ser consultadas a la población. Y la justificación de la decisión apuntó a una pretendida sintonía con el sentir del país y la necesidad de convocar a nuevas elecciones y abandonar la actual Constitución.

Según Arana, “el referéndum debió ser sobre [una] nueva Asamblea Constituyente” y “sobre [un] nuevo modelo económico para que el país no siga siendo saqueado”. Por su parte, el vocero de la bancada, Humberto Morales, anunció que ellos hacían “un llamado al cierre del Congreso y un llamado a nuevas elecciones generales”.

La posición del FA a propósito de esto último no es nueva. De hecho, propuestas de naturaleza semejante han caracterizado su discurso en los dos años transcurridos desde la instalación del actual gobierno, como una expresión maximalista de su oposición a la lógica del modelo económico que, mal que bien, han respetado los últimos cuatro gobiernos electos.

Como se recuerda, el FA fue a los comicios del 2016 con la propuesta de cambiar Constitución y modelo… y salió tercero. Lo que ciertamente no le quita el derecho a seguir tratando de persuadir a la ciudadanía de sus ideas con miras a la próxima cita en las ánforas.

Esta vez, sin embargo, la situación no parecía ser exactamente esa, pues poco antes de la votación, Arana había sentenciado: “Este gobierno ha sabido escuchar a la ciudadanía, indignada por la manera como en el Congreso no hemos hecho nuestra labor […] para ir a una reforma integral del sistema político”. Así las cosas, lo esperable habría sido que la bancada frenteamplista otorgase al Gabinete la confianza requerida a fin de impulsar la reforma que, según su propio líder, el Parlamento no estaba consiguiendo sacar adelante.

Pero, al parecer, una reforma que no afecte a todo el sistema, aun cuando la estimen adecuada con respecto a la modesta porción de la realidad que aspira a modificar, no merece de parte de ellos el respaldo. Una actitud que evoca la estrategia de algunas viejas vertientes del marxismo que sostenían que ‘agudizar las contradicciones del capitalismo’ era una forma de apresurar el inexorable advenimiento del comunismo y, en consecuencia, alentaban cualquier circunstancia que deteriorase el estado de cosas que querían traerse abajo y remplazar.

Tuvieran o no este planteamiento en mente al proceder como procedieron, no obstante, lo cierto es que la contradicción que más aguda luce en el trance político por el que acaba de atravesar el Congreso es la del FA. No es que el comportamiento de varias de las otras bancadas fuese un dechado de consistencia, pero saludar un esfuerzo de reforma para después votar en contra del gesto que busca asegurarla es un auténtico reto a algunos de los principios lógicos que nos legó Aristóteles hace más de dos mil años.

Habrá que estar atentos cuando los proyectos pendientes se voten en el pleno, porque el modo en que el FA lo haga constituirá sin duda información relevante acerca de las prioridades que rigen su conducta política mientras el poder está en manos de otros.