Keiko Fujimori
Keiko Fujimori
Editorial El Comercio

pasa por un momento difícil. Los síntomas más evidentes del descontento que parece existir internamente por la actuación del partido en los últimos tiempos son la renuncia del congresista a la bancada y la licencia solicitada por Daniel Salaverry mientras dure su desempeño como presidente del Legislativo, pero no son los únicos.

Se sabe también de la formación de un bloque de 30 parlamentarios que ha demandado a la organización fujimorista adoptar un tono menos confrontacional hacia el gobierno y de la reunión que cinco integrantes de la bancada sostuvieron el martes pasado con el presidente Martín Vizcarra: una circunstancia que nada debería tener de excepcional en una democracia funcional, pero que, dada la beligerancia manifiesta entre la primera mayoría congresal y el Ejecutivo, hasta hace poco habría sido sencillamente impensable.

Se diría que la detención preliminar de y la difusión de los términos de la conversación sostenida por parte de la ‘nomenklatura’ partidaria en el chat identificado como ‘La Botica’ fueron las gotas que colmaron un cáliz que venía llenándose desde hace meses.

La propia líder del partido ha declarado en estos días que la privación de la libertad que sufrió recientemente le ha permitido reflexionar. “Reconozco que todas las medidas de control político han significado un desgaste a nuestro partido”, ha dicho. Para luego anunciar que a partir de ahora se ‘enfocarán más en la parte proactiva’.

A su turno, la vocera de la bancada de FP, Úrsula Letona, ha ensayado también una tímida autocrítica. “Ya el modo confrontación debe agotarse y debemos dar inicio a una etapa de un Congreso reformista”, ha sostenido.

Y la verdad es que, en general, los nuevos aires ofrecidos por el fujimorismo tienen que ser saludados. El espíritu de enmienda siempre es una buena noticia. Más aun teniendo en cuenta que este ruido político, aunado a la parálisis económica, constituyen una situación que ya no da para más y en la que la necesidad de enrumbar se vuelve un imperativo.

El modo en que han formulado la necesidad de cambiar de actitud, sin embargo, entraña una contradicción que vale la pena hacer notar, porque si no son conscientes de ella, probablemente el problema que los aqueja permanezca inmutable.

De la reflexión de la señora Fujimori se desprende, efectivamente, que la necesidad del cambio deriva del desgaste que las medidas de fiscalización han supuesto para su partido… y no de lo pertinentes o impertinentes que pudieran haber sido esas medidas en sí mismas. Recordemos que hace apenas dos meses ella decía: “Desde Fuerza Popular sabemos que enfrentar a la corrupción tiene un alto costo político”. Y también: “No nos van a detener”.

Ahora, no obstante, parecerían haber decidido detenerse por sí mismos. Y sin estar persuadidos de que su conducta anterior era errada. Es como si nos dijeran: no estamos equivocados, pero vamos a enmendarnos. Un absurdo por donde se lo mire.

¿Tiene sentido, en efecto, dejar de hacer algo que se juzga imprescindible solo para mejorar en las encuestas? Desde luego que no. Eso sería populismo sin coartadas.

El problema, entonces, parece estar en otro lugar. A saber, en la dificultad de admitir que se opta por la enmienda porque se estaba errado. Porque lo que se llama ‘fiscalización’ o ‘control político’ fue en realidad una extensión de la batalla política que tendría que haber terminado con la proclamación de los resultados electorales del 2016.

Poder y soberbia suelen ir juntos a pesar del poco favor que se hacen mutuamente. Los poderosos tienen dificultades para reconocer que actuaron mal en determinada circunstancia y los soberbios, para deshacerse de la fantasía de omnipotencia que dicta su arrogancia. Así las cosas, el riesgo de que la voluntad de cambio sea en este caso un tópico sin sustancia es alto.

Ojalá las prevenciones que aquí expresamos sean exageradas. Ojalá que detrás del pudor que conspira contra la admisión por parte de la mayoría parlamentaria de que su comportamiento anterior hacia el gobierno fue tozudamente hostil exista una consciencia del desacierto profundo que esa actitud comportaba; y, sobre todo, de la necesidad de transformarla en algo distinto.