/ Andres Valle
Editorial El Comercio

Desde hace un buen tiempo, las comparecencias del presidente Vizcarra ante la prensa y la opinión pública han dejado de ser la ocasión de anuncios importantes sobre el estado de la pandemia en el país y parecen obedecer, más bien, a necesidades estrictamente políticas. Es decir, a la urgencia de dar respuesta a algún asunto que pudiera estar afectando su popularidad o la del Gobierno. La presentación de ayer, en ese sentido, no fue una excepción.

No hubo en ella, en efecto, grandes novedades, ni en materia de cifras, ni en materia de medidas a ser puestas en vigor por el Ejecutivo. Y la impresión que quedó entre quienes se tomaron el trabajo de seguir toda la exposición del mandatario fue la de haber sido espectadores de un popurrí que consentía desde el estreno “en calidad de primicia” de un spot del Gobierno sobre el segundo bono económico que recibirá parte de la población hasta los cálculos imprecisos sobre la llegada de una segunda ola de contagios en algún momento de esta primavera o a inicios del verano.

Aludió el jefe de Estado al consistente descenso que se ha observado en la curva de contagios y muertes en el último mes, y a las casi 720 mil personas que, habiendo contraído a lo largo de estos meses la infección, se recuperaron satisfactoriamente. Llamó, sin embargo, a no ser triunfalistas y a sostener el rigor en las medidas de protección para evitar tener en nuestro territorio un fenómeno de rebrote como el que se está viendo en estos días en varios países de Europa.

Acaso el único anuncio relevante, aunque vago, fue el de la modificación de las restricciones de movilidad para los adultos mayores. Como se sabe, las personas de 65 años o más solo pueden salir actualmente de su casa tres veces por semana y a una distancia de 500 metros, salvo que sea para buscar asistencia médica o cumplir alguna necesidad básica: una disposición que, por discriminadora, le ha valido muchas críticas al Gobierno e incluso algunas acciones legales en contra.

Pues bien, ayer el presidente señaló sobre el particular: “Hemos revisado el tema y estamos cambiando la prohibición por recomendación”. ¿A partir de cuándo? No lo dijo.

Se esmeró, además, en justificar la iniciativa que ahora está por dejar sin efecto presentando cuadros sobre la incidencia mortal del virus en ese grupo etario y lamentándose sobre una supuesta incomprensión de parte de la ciudadanía sobre la necesidad de tomar ciertas decisiones impopulares.

Como es obvio, no obstante, si se está por producir un cambio al respecto es porque las críticas se han considerado acertadas. Y lo que se quería, aparentemente, era atenuar los costos políticos de admitir el error. ¿Fue ese el propósito disimulado de una presentación que por lo demás no trajo noticias saltantes? Es posible, pero en realidad lo que más llama la atención en esta última y muchas de las anteriores presentaciones presidenciales es precisamente la ausencia de un mensaje central.

En esencia, lo que nos ha comunicado efectivamente el jefe de Estado es que estamos en una especie de compás de espera, a la expectativa de sufrir un eventual nuevo embate de la pandemia del COVID-19 como el que está afectando a España o el Reino Unido, ante el que, aparentemente, solo cabe “no bajar la guardia” y cruzar los dedos.

¿Es realmente eso todo lo que se puede hacer y todo lo que nos puede decir el Gobierno después de siete meses de lucha contra esta terrible peste? ¿Estamos condenados a ofrecer reacciones puntuales a los problemas que ella nos plantee conforme vayan apareciendo y hasta que llegue la vacuna? Es difícil aceptarlo, teniendo en cuenta que la falta de un rumbo claro se traduce en más contagiados y fallecidos. La consigna de nuestras autoridades debería ser la acción, no la desidia.