El denominado "Gabinete de la reconciliación" bajo el análisis. (Foto: Presidencia de la República)
El denominado "Gabinete de la reconciliación" bajo el análisis. (Foto: Presidencia de la República)
Editorial El Comercio

La reciente juramentación del resanado equipo ministerial que preside fue anunciada a fines de diciembre como la solución a una situación de incertidumbre y crispación política y, sin embargo, ha dejado más inquietudes que respuestas. Como se sabe, la iniciativa de vacancia presidencial, a duras penas evitada, y la controversial concesión del indulto a provocaron que el gobierno terminara el año arrinconado. Esto es, enfrentado con la mayoría de sectores de oposición y en medio de renuncias de los titulares de diversas carteras e integrantes de la bancada oficialista. Se sumó a ello, por otra parte, la mella que produjo en la credibilidad de la administración la constatación de que, en las últimas semanas, el jefe de Estado había faltado a la verdad. Un constatación que, por lo demás, todo parece indicar que también cabría en el caso de la primera ministra.

Así las cosas, el mandatario afirmó que el Gabinete que estaba por presentar al país sería el de “la reconciliación”, pero una vez conocido este, existe la sensación de que el empeño puede haber resultado fallido. Habrá que ver, por supuesto, cómo se desempeña este nuevo equipo ministerial con el correr de los días, pero ciertos ingredientes de su conformación preocupan de antemano.

Se sabe, por ejemplo, que en algunos casos las personas designadas en determinados portafolios no fueron las primeras en ser convocadas para el cargo, lo que habla de una cierta precariedad a la hora de armar el equipo. Y en el mismo sentido apunta el hecho de que se haya optado por rotar de cartera por segunda vez a una ministra –la señora Cayetana Aljovín– que, más allá de su versatilidad técnica y sus virtudes personales, es obligada a dejar tareas inconclusas en otras áreas (en Energía y Minas apenas llegó a cumplir 5 meses) para suplir los vacíos producidos por esta crisis.

En lo que más descaminado parece haber estado el esfuerzo de remozamiento ministerial, no obstante, es en su presunta voluntad reconciliadora, pues no solamente no se consiguió la participación de representantes de ningún sector político organizado fuera del gobierno, sino que la invitación, a título personal, de dos militantes apristas al nuevo Gabinete para Trabajo y Abel Salinas para Salud– ocasionó tal irritación en Alfonso Ugarte, que el congresista Mauricio Mulder llegó a decir el martes: “Lo único que [Mercedes Aráoz] está haciendo es declararle la guerra al Apra”. Y cuando un pretendido gesto de acercamiento es entendido por la otra parte como un inicio de hostilidades, obviamente hay algo que no está funcionando bien en el plan anunciado.

La prueba es que Barreda y Salinas han sido expulsados del Partido Aprista Peruano, y la actitud del primero de ellos ha sido calificada de “felonía” en un comunicado de la Comisión Política de ese grupo.

Si bien es claro que la reacción aprista ha sido exagerada y altisonante (al punto de motivar expresiones de disconformidad en otros de sus voceros), no se entiende por qué la presidenta del Consejo de Ministros y el Ejecutivo insistieron en forzar la participación de personas de una organización política que ya el 29 de diciembre había anunciado en un documento oficial: “Ningún aprista ocupará cargos en el gobierno”. La reconciliación puede ser una aspiración encomiable, pero imponerla a palos no es una buena idea.

Ahora, en el Congreso, el oficialismo ha sumado a la ojeriza del bloque ‘keikista’ de Fuerza Popular, la animadversión de una bancada que, aunque no podía ser llamada amiga, tampoco era una jurada enemiga. Y si a eso agregamos la indignación que ha levantado tanto en la izquierda del Frente Amplio como en la de Nuevo Perú la gracia presidencial concedida al señor Fujimori, encontramos un panorama muy preocupante.

A solo un año y medio de su inicio, el margen de juego de este gobierno para lograr transformaciones importantes en el país es cada vez más estrecho; razón de más para ponerse a hilar fino y dejar imaginar idílicos escenarios políticos para luego tratar de hacer calzar a presión la realidad en ellos.