(AFP)
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Brian Hook

Recientemente, conmemoró el aniversario 40 de la Revolución Islámica, pero pocos iraníes lo celebraron. La razón de esta falta de entusiasmo entre los iraníes comunes no es un misterio: la revolución no ha logrado entregar la sociedad justa y próspera que el ayatola Ruhollah Jomeini y otros líderes revolucionarios le prometieron al pueblo iraní en 1979.

En estos días, la teocracia gobernante de Irán es conocida por la opresión, la corrupción, la mala gestión interna y la espantosa guerra sectaria en el extranjero. El apoyo de Irán a Hezbolá y Hamas ha permitido ataques mortales a través de la frontera en Israel.

Esta red proxy ha permitido que Irán proyecte su poder más allá de sus fronteras. El 8 de abril, en un esfuerzo por aumentar aun más las presiones sobre el régimen de Irán desde el exterior, designamos a su Cuerpo de Guardias Revolucionarios como una organización terrorista.

Dentro de las propias fronteras de Irán, la revolución del 79 es en gran medida una fuerza agotada. La asistencia a la mezquita se ha derrumbado y los guardias revolucionarios informaron que, incluso durante los días santos, los fieles se mantienen alejados.

Hoy, la revolución pertenece principalmente a la élite hipócrita del régimen. El fondo de cobertura Setad del ayatola Alí Jamenei, valorizado en decenas de miles de millones de dólares y supuestamente considerado una organización benéfica, se apodera ahora de las propiedades de los iraníes para sostener el régimen. Los Guardias Revolucionarios se han convertido en un Estado dentro de un Estado, desarrollando un dominio absoluto en muchas partes de la economía. El ministro de Relaciones Exteriores de Irán habla al mundo en su cuenta de Twitter, mientras que su régimen prohíbe a Twitter.

¿No es hora de que el Gobierno Iraní deje atrás 40 años de fracaso y mala gestión? ¿No es hora de abandonar las políticas que han mantenido separados al pueblo de Irán y desde 1979?

Las naciones de Estados Unidos e Irán deberían tener relaciones diplomáticas. Antes de la revolución, Estados Unidos era el segundo socio comercial más grande de Irán y 50.000 estudiantes iraníes estudiaban en universidades estadounidenses. Las relaciones renovadas abrirían la puerta a grandes oportunidades.

Estados Unidos está dispuesto a comprometerse con el Gobierno Iraní en la búsqueda de intereses mutuos. Pero, para hacer posible esta apertura, el régimen debe decidir primero que quiere ser un país normal y no una causa revolucionaria.

Es hora de que las naciones restituyan las demandas básicas a Irán para que se comporte como una nación normal y pacífica: poner fin a la búsqueda de armas nucleares, dejar de probar misiles balísticos, dejar de patrocinar proxies terroristas y suspender la detención arbitraria de ciudadanos de doble nacionalidad. El régimen debería invertir en su propio pueblo en lugar de financiar a dictadores, terroristas, misiles y milicias. Gracias a los subsidios al régimen, el combatiente promedio de Hezbolá gana dos o tres veces más de lo que gana un bombero iraní.

Los diplomáticos me dicen que estos cambios no son realistas. ¿Es más acertado observar cómo el régimen intenta forzar a toda la sociedad iraní a ajustarse a los principios de la Revolución Islámica?

El pueblo iraní está presionando al régimen desde adentro. Quieren que las naciones los apoyen con la presión desde el exterior. Ese es el camino más probable para promover la paz y asegurar los derechos y libertades que el pueblo iraní merece y que les fueron prometidos en 1979.

Si bien depende en última instancia del pueblo iraní determinar la dirección de su país, Estados Unidos apoyará su voz largamente ignorada. Otras naciones deben unirse a este esfuerzo. Los próximos 40 años de la historia de Irán estarían marcados no por la represión y el miedo, sino por la libertad y la satisfacción de su pueblo.

–Glosado y editado–
© The New York Times