Si se le preguntase a alguien que reside en Madre de Dios –que tiene un solo representante– si quisiera tener alguno más, probablemente diría que sí. Quizá ocurriría igual si se les preguntara a los de Pasco, Tacna, Tumbes o Ucayali. De la misma manera, se inclinarían en la misma dirección si a los limeños se les preguntara si consideran que su distrito, junto con otros, debería tener algunos representantes en el y no, como ahora, 34 para todo Lima, a los que nadie o pocos conocen. Es que cualquier ciudadano puede sentir que conocer y estar más cerca de sus representantes puede hacer que estos canalicen mejor sus intereses y poder llegar a ellos. Eso implica que, si en cada caso crecería el número de representantes, el número total del Parlamento también crecería. Lo que demuestra que discutir empezando por esto último lleva al rechazo ciudadano, como hasta ahora.

Lo hemos señalado en innumerables artículos en este Diario: somos el país, con cámara única, más subrepresentado del mundo. En América, somos el país con menos de 100 millones de habitantes más subrepresentado. En nuestra región, Bolivia, Chile, Cuba, Ecuador, Guatemala, Haití, República Dominicana y Venezuela (Uruguay tiene uno solo menos) tienen más parlamentarios, pese a que nosotros tenemos más población y más electores que todos ellos. Sin embargo, nosotros tenemos un menor número de escaños. Esto no es poca cosa, pues un país como el nuestro con casi 25 millones de electores, geográficamente accidentado y complejo, con 130 congresistas –en 1992 teníamos 180 y ahora deberíamos de tener no menos de 240–, tiene efectos en la relación entre representantes y representados, así como en el trabajo en el Congreso, en donde un congresista debe estar en varias comisiones, no concentrándose y especializándose en una sola. Hemos sido condenados a ser un país subrepresentado, pasando de ser el quinto país de América Latina en población a ser el decimocuarto en número de representantes.

Por eso, si bien el dictamen de la Comisión de Constitución es un avance, no solo comete un error garrafal al consignar el número de congresistas en la Constitución, sino que el diseño del origen de la cámara de redobla este error. De los 64 senados que existen en el mundo, un tercio de los países, en donde se encuentran la mayoría de las democracias más consolidadas se observa que, en 23 de ellos, los senadores son elegidos de manera directa, en 30 de manera indirecta y en el resto, mediante una combinación de ambas modalidades. Entre aquellos que se elige de manera directa, Colombia es el único país que elige –aparte de las circunscripciones especiales– a sus senadores por circunscripción única. En el caso del Senado, la representación debe nacer de la división política administrativa. Esto permitiría que no exista región sin representación, como ocurre en Colombia. Lo aconsejable, además, es que las unidades representadas (región/departamento) tengan el mismo número de escaños, dos o tres, como ocurre en Argentina, Bolivia, Brasil, España, Estados Unidos o Suiza, entre otros.

En consecuencia, se debe garantizar que los ciudadanos estén, en términos poblacionales y territoriales, adecuadamente representados. Pero una doble y distinta representación aporta algo más. Contribuye al balance de poderes entre cámaras. Por ejemplo, si un partido logra una mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, como ocurrió en el Perú en los períodos 1980-1985 y 1985-1990, difícilmente lo tendrá en senadores, lo que contrapesa el poder de un solo partido. Por eso, si ya tuvimos un mal diseño de Parlamento unicameral, no debemos hacer lo mismo con un Parlamento bicameral.

Fernando Tuesta Soldevilla Profesor de Ciencia Política en la PUCP