“Relativizar los pecados de Chávarry resaltando sus supuestos milagros es un argumento maniqueo y pueril”. (Foto: El Comercio)
“Relativizar los pecados de Chávarry resaltando sus supuestos milagros es un argumento maniqueo y pueril”. (Foto: El Comercio)
Andrés Calderón

¿Por qué debe continuar como fiscal de la Nación? “Porque gracias a él sí caerán los corruptos funcionarios, políticos y empresarios involucrados en el Caso Lava Jato”, responderían sus entusiastas defensores. Hasta Eliot Ness lo llaman, antes de lanzar la guaripola al aire.

El principal –o único– sustento para esta hipótesis es que Chávarry dispuso la unificación del equipo especial Lava Jato, antiguamente liderado por Hamilton Castro, con el de lavado de activos, ahora bajo la batuta del fiscal superior Rafael Vela. El dato adicional de que se haya retomado la colaboración con la brasileña Odebrecht no es un mérito que pueda atribuirse a Chávarry, sino más bien a Vela, José Domingo Pérez y compañía.

Al César lo que es del César. Unificar las fiscalías fue, en efecto, una decisión correcta, que muchos pedíamos desde el inicio. Pero este acierto no convierte a Chávarry en paladín de la justicia, ni mucho menos borra sus máculas previas, por las que un 94% de los ciudadanos informados (Ipsos) cree que el fiscal de la Nación debe renunciar al cargo. Al final de cuentas, a Chávarry no se le pide dar un paso al costado por sus buenas o malas decisiones organizacionales en su función como fiscal de la Nación, sino por sus mentiras y las sospechas que él mismo ha ceñido sobre sí.

Solamente él es responsable por haber mentido sobre su relación con el juez supremo y sobre la reunión que este último junto con Antonio Camayo –ambos sindicados miembros de – le organizaron con un grupo de periodistas. Mentiras que se agravaron al conocerse, gracias a los ‘audios de la vergüenza’, que Chávarry e Hinostroza se trataban de ‘hermanitos’, y que este último y otros oscuros personajes estaban especialmente interesados en asegurar a Chávarry en la cúspide del Ministerio Público.

Además, ¿qué garantía de imparcialidad podría haber en el Ministerio Público, si quien lo lidera anunció raudamente una investigación por la filtración de los audios que lo colocaban bajo sospecha? ¿Qué seguridad puede haber de que Chávarry no usará su poder para tomar revancha contra quienes lo investigan o cuestionan si en un vídeo colmado de una victimización y politización impropias de un fiscal etiquetó a sus detractores como “aquellos que defienden a los corruptos”? ¿Cuánta autonomía pueden tener los fiscales que investigan el Caso Lava Jato y a Los Cuellos Blancos del Puerto si el mismo Chávarry ya calificó al informe de la fiscal Sandra Castro que lo vincula con dicha organización criminal como “tendencioso” y “show mediático”? Finalmente, ¿cuál es el futuro de una institución en crisis cuando su cabeza no es capaz de ahorrarle el daño que su presencia le ocasiona?

Relativizar los pecados de Chávarry resaltando sus supuestos milagros es un argumento maniqueo y pueril. Este no es un videojuego en el que un personaje puede acumular vidas para salvarse y seguir jugando cuando cae a un precipicio.

Este tipo de dialéctica inmoral me hizo recordar a aquellos que, en su momento, pretendían una excarcelación política de Alberto Fujimori pese a los delitos cometidos, en atención a los aciertos de su gobierno. O también a quienes, hasta hoy, buscan justificar a un alcalde que “roba pero hace obra”. El ejercicio de matemática cancelatoria en el que (+)1 y -1 es igual a 0, sin embargo, no funciona al momento de condenar a una persona por delinquir, ni para separarla del cargo por infracciones a la ley y a la ética.