Transporte aéreo
Transporte aéreo
Enzo Defilippi

Hace años que el Perú vive un ‘boom’ que se hace evidente cuando vamos al aeropuerto y comprobamos que está tan concurrido como la explanada del Estadio Nacional antes de los partidos de la selección: el del transporte aéreo. En el caso de los vuelos nacionales, el número de pasajeros ha crecido de 2,7 millones en el 2005 a 12,7 millones en el 2018, un (altísimo) promedio de 12,6% anual. De continuar con esta tendencia, esta cifra se duplicará en solo 6 años.

Esto se explica, por un lado, porque de acuerdo con el INEI, el transporte aéreo cuesta hoy 19% menos, en términos reales, que en el 2005. Por otro, porque, en promedio, los peruanos tenemos más dinero en los bolsillos. El crecimiento de la ha hecho que más personas estén dispuestas a pagar más con tal de ahorrar horas de su vida viajando.

Todo esto está muy bien. Pero hay un factor que no tomamos en cuenta cuando viajamos en avión: que contamina más que hacerlo por vía terrestre. Si bien se hacen muchos menos viajes en avión que por vía terrestre, la representa el 2% de las emisiones humanas de en el mundo, de acuerdo con el Air Transport Action Group.

Motivado por conocer cuál es el costo ambiental del transporte aéreo nacional, hice un estudio que fue publicado recientemente en el “Journal of Air Transport Management”. En él, estimé este costo para el Perú en términos de CO2 y calculé su valor monetario utilizando el precio sombra utilizado en el sistema nacional de inversión pública. Para ello, utilicé información de todos los vuelos nacionales que partieron y/o aterrizaron en el (el 93% del total nacional) en el 2014 (año más reciente sobre el que pude obtener información completa). Las emisiones de carbono fueron estimadas usando la metodología propuesta por la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).

De acuerdo con mis cálculos, el transporte aéreo comercial peruano fue el responsable de la emisión de 657 mil toneladas de CO2, una cifra equivalente a US$60 por vuelo u 8,7 centavos de dólar por kilómetro recorrido. Se trata de una cantidad que no parece ser muy alta, pero que está en línea con estimaciones llevadas a cabo en otros países (en Italia, por ejemplo, la tarifa que internalizaría estas externalidades sería de 60 euros por vuelo). Mis cálculos no incluyen los costos generados por la emisión de otros gases de efecto invernadero, ni por el ruido, ni por la congestión.

Con estos resultados, hice una estimación de cuánto podrían reducirse las emisiones si hubiese más vuelos directos entre aeropuertos regionales. Encontré que, si hubiese al menos una conexión directa entre los siete con más tráfico, las emisiones anuales podrían reducirse en 3,8%. También, que el 45% de los ahorros no provendría de la reducción de distancias recorridas sino de la eliminación de muchas operaciones de aterrizaje y despegue (en las cuales se emite una gran cantidad de CO2).

Espero que esta información sirva para hacer política ambiental basada en evidencia. Y para comprobar, una vez más, que los economistas tenemos razón cuando decimos que no hay lonche gratis. La comodidad cuesta, y, al parecer, un poco más de lo que estamos pagando por ella.