Corrupción para hacer la diferencia, por Arturo Maldonado
Corrupción para hacer la diferencia, por Arturo Maldonado
Arturo Maldonado

El escándalo de corrupción de Petrobras en Brasil nos indica que la corrupción de cuello blanco y corbata es la que mueve millones de dólares y es la que vincula a gobiernos y empresas privadas. En Brasil ya se habla de coimas a funcionarios públicos de alto vuelo y de apropiaciones ilícitas de Odebrecht y Andrade, las principales empresas constructoras involucradas, en el rango de los miles de millones de dólares. Esto lleva a pensar que la corrupción del menudeo, la que vincula a funcionarios públicos con el ciudadano, es igual de condenable pero no se acerca siquiera a estos montos. 

Sabemos que la corrupción socava la confianza ciudadana en las instituciones y finalmente corroe los cimientos de la democracia. Si es así, entonces la corrupción de cuello y corbata es la que más afecta nuestro frágil sistema. Sin embargo, la percepción ciudadana acerca de la corrupción y cómo esto afecta la aprobación del gobernante no es un absoluto. No siempre pasa que cuando existe una alta percepción de corrupción, el ciudadano traslada este descontento al gobernante. Esta relación está generalmente condicionada a los resultados que brinde ese gobernante. Si la economía va bien, qué importa si hay unos hechos de corrupción, se los minimiza, se los pasa por agua tibia. El “roba pero hace obra” se vuelve lema nacional y motor del comportamiento político. Por el contrario, cuando los tiempos de las vacas flacas llegan, la tolerancia ciudadana hacia esos hechos de corrupción disminuye. Ya no hay tanta plata en los bolsillos y la tarjeta de crédito sigue exigiendo su parte del ingreso; ahí es cuando el ciudadano voltea la mirada al ámbito público, despierta y los escándalos de corrupción todavía siguen allí. 

Lula da Silva tradujo el crecimiento económico en popularidad principalmente a través de un fuerte énfasis en programas sociales, a pesar de que los casos de corrupción ya se contaban en su gobierno. Brasil crecía a un ritmo asombroso en la primera década del nuevo siglo. Ahora ya hemos olvidado que era el país abanderado del BRIC, ese conjunto de países prestos a liderar la economía mundial futura. Sin embargo, a partir del 2009 la economía brasileña se retrajo y no ha vuelto a reeditar los niveles de crecimiento anteriores. No es casualidad que la popularidad de Dilma Rousseff esté ahora en picada. 

Como Lula, Ollanta Humala también optó por la estrategia de invertir fuertemente en programas sociales, pero la economía no lo ayuda. Seguimos creciendo, pero no como hace unos años. Como consecuencia, su aprobación actual está en picada y ya bordea una aprobación toledana de un dígito y de hecho la corrupción es la principal razón de su desaprobación. Del “Honestidad para hacer la diferencia” no queda nada en la percepción ciudadana. La importancia ciudadana de la corrupción como razón para desaprobar estaría entonces determinada por el estancamiento económico. Cuando las vacas estaban gordas, como en el pasado gobierno de García, hubo escándalos de corrupción similares o mayores, como los ‘petroaudios’, hablando de Brasil, pero la aprobación al presidente nunca cayó a un dígito y seguro la corrupción no era su principal determinante.

Lo más probable es que en la próxima campaña veremos promesas de lucha frontal contra la corrupción. Habría que recordarles entonces a los principales candidatos que la mayor corrupción es aquella de cuello y corbata, la que relaciona a políticos con empresas privadas. Y sobre todo, entonces, habría que estar atentos a las empresas privadas detrás de cada campaña. No vaya a ser que después los políticos tengan que devolver el favor, mediante licitaciones amañadas, a lo Odebrecht.