(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Enzo Defilippi

Diversos eventos permiten prever que el 2018 será razonablemente bueno para la economía. La cotización de los minerales ha aumentado sustancialmente (el cobre 50%, el oro 20% y el zinc 120% desde enero del 2016); el crecimiento del PBI mundial se acelerará a 3,7% y la inversión pública viene normalizándose luego del frenazo que indujo el Gobierno el año pasado (el pasado octubre, por ejemplo, la del nivel nacional cayó ¡más del 50%!). Si a esto le sumamos el gasto excepcional relacionado con la reconstrucción y los Juegos Panamericanos, es razonable esperar una dinamización de la demanda interna durante el próximo año.

Asimismo, es muy probable que el aumento en la cotización de los minerales incremente la inversión en este sector, revirtiendo así el efecto negativo que esta viene ejerciendo sobre la inversión privada total desde el 2014 (la cual, si se excluye minería e hidrocarburos, prácticamente no crece ni decrece desde entonces). Por otro lado, muchos proyectos de inversión, en ‘stand by’ desde hace ya un buen tiempo, no pueden seguir manteniéndose así sin afectar la capacidad productiva de las empresas. No es descabellado suponer que empezarán a desarrollarse pronto.

Todos estos factores harán que la economía peruana crezca alrededor de 3,8% en el 2018, una cifra aún por debajo de como venía creciendo cuando asumió el Gobierno (4,4% al tercer trimestre del 2016 y acelerándose), pero que constituye una buena noticia porque representará una mejora con respecto al crecimiento del 2017 (alrededor de 2,7%).

Todo esto está muy bien, pero después del 2018, ¿qué? ¿Cuál será la fuente de crecimiento cuando los precios de los minerales vuelvan a caer y la economía mundial deje de impulsarnos? La solidez macroeconómica (el principal factor que apuntala la posición del Perú en cualquier ránking) se basa, sobre todo, en fortalezas acumuladas durante años de vacas gordas que difícilmente se repetirán. Seguimos necesitando una estrategia que permita identificar nuevos motores de crecimiento.

Este tema también está relacionado con la salud de las finanzas públicas y las perspectivas de crecimiento y desarrollo del país. De acuerdo con el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), el déficit fiscal tendrá que reducirse en 2,5% del PBI (una cifra enorme) entre el 2019 y el 2021. A menos que contemos con nuevos sectores que generen crecimiento y recaudación, la inversión pública tendrá que ser reducida drásticamente (hasta 4,4% en términos reales cada año), por lo que será más difícil seguir expandiendo la infraestructura y mejorar la seguridad, los servicios de salud o los de educación.

En ese sentido, es una buena noticia que el MEF haya decidido retomar las mesas ejecutivas, un mecanismo de coordinación público-privada que permite identificar las trabas que dificultan el desarrollo de sectores con alto potencial (y que fue desmantelado sin argumento válido alguno). Pero si bien esto es positivo, de ninguna manera es suficiente. Ya transcurrió la cuarta parte del mandato del presidente Kuczynski y seguimos sin saber cuál es la estrategia del Gobierno para encontrar nuevas fuentes de crecimiento. Tampoco veo a mis colegas o al empresariado (mucho menos a partidos de oposición) muy animados a proponer o, al menos, demandar una.

La estrategia del piloto automático carecía de sentido aun cuando crecíamos por encima de 6%. Es absurdo creer que tendrá éxito ahora.