Abuso sexual, depresión y un intento de suicido, la dura vida de Dolores O'Riordan
Abuso sexual, depresión y un intento de suicido, la dura vida de Dolores O'Riordan
Carmen McEvoy

Nunca perdió su acento, ni el profundo amor por Limerick –la ciudad fundada en el año 922 por los vikingos–, que el martes pasado la despidió en olor a multitud. Algunas de sus extraordinarias canciones son el producto de una infancia marcada por el abuso sexual y la violencia política que aún reinaba en Irlanda cuando ella y sus seis hermanos daban sus primeros pasos en el hogar de una modesta familia católica. Desde su fallecimiento en la capital británica, por causas todavía desconocidas, los periódicos no dejan de subrayar el gran talento musical de Dolores O’Riordan. Recordando, además, al pequeño círculo de afectos que la sostuvo a lo largo de una vida difícil, por no decir trágica. Los Cranberries, liderados por Dolores, universalizaron a Irlanda, tal como lo hizo, en su momento, Óscar Wilde

A Dolores, quien sufría de severas depresiones debido al abuso que experimentó desde los 8 años de edad, le gustaba visitar las viejas iglesias medievales irlandesas, donde disfrutaba con “el sonido del silencio”. Su gran fama, que le llegó cuando aún era una adolescente, no la separó de su madre, pilar de una familia que debió enfrentar un sinnúmero de desafíos. A orillas del río Shannon, el Limerick de los O’Riordan, los Hogan y los Lawler atravesó una fascinante evolución histórica que vale la pena recordar. De asentamiento vikingo a ciudad medieval amurallada, la que luego de un período de invasión normanda se convirtió en ciudad-Estado independiente en 1413. Atacada en varias oportunidades, Limerick jugó un papel importante en el proceso de independencia de Irlanda y en la huelga que le sucedió, cuando un comité de sus ciudadanos pasó a administrarla con mano de hierro. No he tenido la suerte de visitar Limerick, pero hace poco estuve en Kilkenny, su ciudad hermana. Ahí descubrí la belleza y pujanza de la campiña irlandesa. Porque, más allá de Dublín y su gran impacto en el imaginario de artistas y escritores, la potencia económica y cultural de Irlanda radica en una multitud de ciudades orgullosas de un legado histórico que proviene de invasiones y hambrunas, pero también de una creatividad y respeto por la democracia que ha permitido remontar una guerra larga y cruel.  

Mi encuentro con Los Cranberries se produjo durante los años en que completaba mi doctorado en San Diego-California. Aún recuerdo el impacto que me produjo escuchar por primera vez el álbum “No Need to Argue” que mi hermana Gabriela, hoy terminando de escribir un libro sobre la inmigración irlandesa al Perú, me regaló. Más oscuro que el de su debut, “No Need to Argue” explora la guerra, la muerte, el amor y la desilusión. Aquellos “tiempos de plaga” en los que el Perú y buena parte del mundo transitaban por los dramáticos cambios, que presagiaron el brutal siglo XXI que, con sus luces y sombras, no deja de sorprendernos.  

“Zombie”, la canción más reconocida de Los Cranberries, fue escrita por esos años en honor de dos niños: Jonathan Ball (3) y Tim Parry (12), asesinados en un ataque de la IRA en marzo de 1993 en Warrington Cheshire. Este acto de violencia extrema contra dos inocentes debe ser inscrito en un ciclo de violencia (The Troubles, 1968) que no lograba ceder a pesar del tiempo transcurrido. Así, “los zombis” repiten el rito de muerte y destrucción para el que fueron programados por décadas. “En sus cabezas –recordaba uno de los estribillos de la canción compuesta por Dolores– seguían peleando”. Porque no será hasta 1998 que en el denominado Acuerdo de Viernes Santo finalmente se sentarán las bases para una paz negociada. El acuerdo de paz del 10 de abril de 1998 cambió radicalmente el curso de la historia irlandesa, especialmente en el Ulster, dando nacimiento a la sociedad moderna y pujante que hoy conocemos. 

“Vivo como yo elija o no viviré en absoluto” es una frase de Dolores O’Riordan que expresa la apuesta por la libertad individual que define a muchos de sus compatriotas; entre ellos, a Óscar Wilde. Hace poco me encontré en Dublín con una hermosa escultura del creador de “El retrato de Dorian Gray”. Viéndolo tan alegre y relajado, con su ropa de vivos colores, no me fue posible imaginar la tragedia personal que, como O’Riordan, Wilde debió de padecer. En su caso específico, por desafiar los códigos de la sociedad victoriana cuya maquinaria moralista apuntó a minar su alma y su cuerpo. Y vaya si lo consiguió.  

O’Riordan y Wilde mueren a la misma edad: 46 años, luego de dejar una huella profunda, tanto por su talento como por denunciar problemas que muy pocos se atrevían a abordar. Una de las frases más conmovedoras de Wilde es aquella que escribe luego de dejar la cárcel de Reading, donde se le sometió a dos años de trabajos forzados para “reformarlo”. “Escribía cuando no entendía a la vida, ahora que la entiendo no tengo más que escribir”. Lo que trae a colación el silencio que O’Riordan buscó, luego de que la fama se volvió inmanejable para ella. La temprana partida de Dolores nos entristece, porque a pesar de que su música es eterna, su poderosa presencia, que llevó alivio a miles de víctimas del abuso y la depresión, ya no estará más entre nosotros.