(Foto: Colegio de Nutricionistas del Perú)
(Foto: Colegio de Nutricionistas del Perú)
Enzo Defilippi

Desde esta semana, es obligatorio que los procesados y las bebidas azucaradas exhiban etiquetas de advertencia sobre su alto contenido de azúcar, sodio o grasas saturadas. De acuerdo con el Dr. Elmer Huerta, un reputado divulgador científico de temas de , de seguir así, el Perú ya no será otra nación gorda de América Latina.

Lamentablemente, yo no soy tan optimista. Si bien creo que el problema es cada vez más serio (según el INEI, el 60% de los peruanos exhibe sobrepeso u ), tengo dudas sobre cuán bien diseñada está la política para combatirlo.

La forma de las etiquetas de advertencia, por ejemplo. Como recordamos, en su momento se armó tremenda discusión sobre si estas debían ser octogonales o tener la forma de un semáforo. ¿Es la efectividad con la que un símbolo comunica una idea un tema médico? No, ¿no? ¿Debe un tema de salud pública estar influenciado por intereses económicos? Tampoco, creería yo. Y, sin embargo, las opiniones de los especialistas en semiótica (los más calificados para opinar sobre este tema) quedaron relegadas en el debate, debido al protagonismo de médicos y representantes de las industrias afectadas. Más aun, hasta donde he podido informarme, la elección no se basó en pruebas ciegas entre los consumidores (es decir, en pruebas científicas) sobre cuál diseño es más efectivo. El argumento que más escuchamos, que los negros son mejores porque ya se vienen usando en Chile, es tremendamente débil.

También tengo reservas sobre la relación causa-efecto en la que está basada la política. Sabemos que la obesidad se ha incrementado, al mismo tiempo que ha aumentado el consumo de alimentos procesados y bebidas azucaradas. ¿Pero existe evidencia de una relación causal? Porque, como decimos los economistas, correlación no implica causalidad. Y, por ejemplo, es probable que la mejora de los ingresos de la población haya aumentado tanto el consumo de papas fritas embolsadas (que se venderán con octágonos) como el de las que acompañan el pollo frito, las hamburguesas y otros tipos de comida chatarra (que no se venderán con octágonos). Si esto último explica gran parte de la nueva gordura (lo que sospecho), el efecto de las etiquetas será marginal aun estando perfectamente diseñadas. Sí, esta política contempla también otras medidas (educación sobre nutrición, fomento de la actividad física en los colegios, implementación de un observatorio de obesidad infantil, entre otras) pero a priori no se puede decir mucho sobre su efectividad.

Por otro lado, gran parte del sustento lógico de la política se basa en la premisa de que la gente come poco sano porque está mal informada. A mí, eso me parece tan ingenuo como suponer que los choferes limeños se pasan la luz roja por desconocimiento (obvio que no). Dudo de que sean muchos los que ignoren que las gaseosas, el licor y las frituras engordan. Desde mi punto de vista (salvo casos que ameritan atención médica), quienes los consumen en exceso lo hacen porque sienten que el placer de hoy compensa los perjuicios que sufrirán mañana (más aun cuando ese mañana es lejano en el tiempo). No sé a ciencia cierta qué se necesita para cambiar ese comportamiento, pero sospecho que es mucho más que etiquetas informativas, educación física o clases de nutrición.