José Carlos Requena

La aletargada y tóxica coyuntura política ha hecho que se pierda de vista la divulgación del informe “Cultura política de la en Perú y en las Américas 2021: Tomándole el pulso a la democracia”. Conocido como el Barómetro de las Américas, este es un esfuerzo periódico que desde el 2004 lidera el Latin American Public Opinion Project (Lapop), un laboratorio de investigación por encuestas de la Universidad de Vanderbilt, y que cuenta en el país con el concurso del Instituto de Estudios Peruanos (IEP).

Una de las pocas excepciones al desinterés es el acercamiento de Diego Salazar (“The Washington Post”, 25/4/2022), quien plantea un ejercicio de realismo. “Si atendemos a la radiografía que nos pone delante, los cimientos de la nuestra se encuentran gravemente resquebrajados. Es hora de que, si vamos a buscar u ofrecer soluciones, aunque sea para empezar, miremos a la cara esa realidad, en lugar de seguir pintando pajaritos en el aire”, concluye Salazar.

¿Exagera Salazar al decir “gravemente resquebrajados”? No parece ser el caso. De hecho, no parece que todo empezara con el errático y cada vez más oscuro Gobierno de Pedro Castillo: los datos del informe se basan en opiniones recogidas previas a la elección de junio del 2021.

Un dato preocupante es el limitado apoyo a la democracia como mejor forma de gobierno, que en el país llega a solo el 50% y supera solamente a Honduras (49%) y Haití (46%), lejos del promedio regional (62%) y aún a mayor distancia del líder en la zona (Uruguay, 80%). Cuando se pregunta por satisfacción con la democracia, la situación es aun más dramática: el Perú está nuevamente en la cola (21%), casi la mitad del promedio de las Américas (43%), y solo por encima de Haití (11%).

Cuando los golpes de estado militares parecen un recurso anacrónico es impresionante ver que, en el promedio regional, tal situación tiene un importante respaldo (40%). En el caso peruano, el apoyo a dicho desenlace es similarmente tolerado en casos de emergencia sanitaria (39%) y crece en situaciones de alta corrupción (52%).

Cuando se pregunta por golpes del Ejecutivo (es decir, el cierre del Parlamento) la situación es nuevamente apremiante. El Perú, como se sabe, ha enfrentado esta coyuntura en el año 1992 y en el 2019. No sorprende, por ello, la alta tolerancia que tiene el recurso. Desde que empezó a hacerse esta pregunta, sistemáticamente el Perú ha tolerado más esta salida que el promedio regional, con un pico en el 2018/2019 (el Perú: 59%; Américas: 22%). Para el 2021, y quizás habiendo procesado el tóxico legado del bienio 2019-2021, el apoyo a los cierres del Parlamento en el Perú se reduce (45%), mientras que el regional incrementa (29%). No debería extrañar que aún un Gobierno arrinconado como el de Castillo utilizase este recurso como parte de su retórica confrontacional.

Se ha planteado como solución a la actual crisis el adelanto de los comicios. Pero, puestos en tal situación, se enfrenta un nuevo problema: no se confía en ellos. Según cifras de Lapop, solo el 33% de encuestados confía en las elecciones, la misma cifra que en la medición previa y 10 puntos por debajo de la cifra regional (43%), que sí se recupera (+4). Julio Carrión y Patricia Zárate, autores de la sección correspondiente, lo resumen así: “en el 2021, la desafección y escepticismo continúan, pero ahora se agrega una gran desconfianza en los procesos electorales. Esta combinación es problemática porque debilita la capacidad del sistema de procesar crisis políticas serias”.

La solución al actual entrampamiento tendrá que canalizarse de manera democrática. Es muy difícil imaginar soluciones cuando se tiene una realidad tan desalentadora. Tocará ubicar resortes en el inevitable aprendizaje del más largo período democrático que el país ha tenido.

José Carlos Requena Analista político y socio de la consultora Público