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Profesor de la Universidad del Pacífico
El 30 de junio último, el Parlamento chino aprobó una draconiana ley de seguridad nacional para Hong Kong que pone fin al principio “un país, dos sistemas”, el cual permitía a los hongkoneses gozar de derechos democráticos negados al resto de ciudadanos chinos: libertad de expresión, de religión, de prensa y de protesta, entre otras. Derechos que la República Popular China se comprometió a respetar a cambio de que el Reino Unido acceda a la devolución de Hong Kong en 1997 (compromiso que se encuentra plasmado en un tratado bilateral depositado en las Naciones Unidas).
La ley recientemente aprobada reglamenta los delitos de subversión, terrorismo, colusión con potencias extranjeras y secesión. De acuerdo con la ley básica que regula los asuntos de Hong Kong (su “constitución”), esta debió haber sido aprobada por el Parlamento local, pero los esfuerzos del Ejecutivo hongkonés por lograrlo habían sido bloqueados por la oposición. Ante ello, y luego de las protestas cada vez más masivas y violentas que sacudieron el territorio el año pasado (y seis años después de la “Revolución de los Paraguas”), el Partido Comunista se cansó de esperar. La ley, redactada en secreto en Pekín, otorga al gobierno central chino poder para aplastar cualquier tipo de disidencia usando su propia policía secreta y tribunales (una abierta violación de la ley básica de Hong Kong).
Siguiendo una pauta común entre los regímenes totalitarios, esta ley busca eliminar la oposición criminalizando la actividad política. Su lenguaje es tan laxo que incluso acciones pacíficas como pedir la independencia o la imposición de sanciones internacionales a China pueden calificar como delitos contra la seguridad nacional. De hecho, el primer detenido bajo esta ley fue un ciudadano que lo único que hizo fue llevar un cartel pidiendo la liberación del territorio. Más aún, la jefa del Ejecutivo hongkonés ha señalado que la libertad de prensa es condicional al escrupuloso cumplimiento de la nueva ley. Así que adiós libertades democráticas, hasta la vista tratado bilateral con el Reino Unido, y si me comprometí a algo, ya no me acuerdo. A ver quién es el valiente que se queje.
Los medios internacionales reportan que una semana ha sido suficiente para que Hong Kong se comience a parecer a cualquier ciudad de China continental. Las bibliotecas están removiendo los libros “peligrosos”, el Ministerio de Educación ha ordenado a los estudiantes no revelar su posición política y los dirigentes del movimiento prodemocracia han empezado a disolver sus organizaciones y eliminar sus cuentas de Twitter.
Esta triste historia muestra, por si a alguien le quedaba alguna duda, de que poco importan las declaraciones o los compromisos del Gobierno Chino, aun cuando estén contenidos en tratados internacionales. Simplemente, no se puede confiar en él. Como lo demuestran la matanza de la plaza Tiananmen, el inhumano trato a la minoría Uigur y el actual asalto a las libertades en Hong Kong, tarde o temprano termina recurriendo a la prepotencia y al abuso para consolidar su poder. Es como el escorpión de la fábula de Esopo, que no puede evitar picar a la rana aunque ello implique que ambos se ahoguen en el río que estaban intentando cruzar. “Es mi naturaleza”, dice el escorpión. Lo mismo puede decir el Partido Comunista chino.