Héctor Villalobos

No había que ser brujo para adivinar el futuro. Tampoco bruja. ya puede caminar impune por las calles de o de cualquier otra ciudad de Israel. El largo brazo de la justicia esta vez se quedó corto. No solo abandonó San Francisco (Estados Unidos), también abandonó a su suerte a su cholo sano y encarcelado. Ahora disfrutará de la cómoda tranquilidad que le ofrece un país sin posibilidad de extradición. Nunca más volverá a pisar el Perú.

La ciudadana belga que alguna vez fue la primera dama de nuestro país tiene pendiente un proceso por lavado de activos por el que ya no rendirá cuentas. La fiscalía la incluye a ella, a su esposo y a su madre Eva Fernenbug en un irregular esquema de compras millonarias de inmuebles, conocido como Caso Ecoteva. Tenía un proceso de extradición pendiente con EE.UU., pero este nunca avanzó. Hace unos días, el juez Thomas S. Hixon, el mismo que tuvo a su cargo las audiencias del proceso de extradición contra su esposo, le devolvió sus tres pasaportes (peruano, belga e israelí) y, con ello, le dio carta libre para escapar al destino que considerase conveniente, como efectivamente ocurrió.

Desde hace semanas, fiscales, exprocuradores y abogados advirtieron sobre el riesgo latente de que Karp eluda la acción de la justicia gracias a los pasaportes devueltos por el juez estadounidense. Se debe aclarar si su fuga fue producto de la negligencia peruana o de la inacción de las autoridades norteamericanas. Si el Gobierno Peruano tenía la posibilidad de solicitar a su par estadounidense que se le dicte alguna medida restrictiva o si no hizo los esfuerzos necesarios para evitar una fuga cantada y, si así lo fuera, quiénes serían los responsables de esta pasividad. No hay que olvidar que la solicitud de extradición contra Karp por el Caso Ecoteva fue enviada a los EE.UU. en diciembre del 2021 y que, desde entonces, no pasó de la etapa de la calificación.

“No necesito la nacionalidad peruana”, dijo a mediados del 2006 Karp, una frase que, en su momento, fue muy criticada, pero que, hoy sabemos, resultó profética. La verdad es que nunca necesitó la nacionalidad peruana. Solo requirió de su pasaporte israelí para salvarse de la cárcel.

Cuatro años antes, en el 2002, Karp había protagonizado una aparatosa ceremonia “simbólica” en el Cusco en la que recibió, de manos del alcalde de Chinchero, la nacionalidad peruana. “El Cusco estará siempre en mi corazón y siempre trabajaré para ustedes”, dijo Karp en medio de lágrimas. Hoy sabemos que su corazón y todo lo demás ya están en Tel Aviv y que la farsa de su nacionalización no fue más que una apuesta política de aquella época para mejorar la imagen venida a menos de su esposo, por entonces presidente de la República y cuyo gobierno sobrevivía abrumado por un solitario dígito de aprobación.

La Eliane Karp incendiaria, polémica, la antropóloga que hablaba quechua y sabía más del Perú que su propio esposo peruano, la que lo defendía a capa y espada y lo llamaba “sano y sagrado”, la que se convirtió en su principal activo cuando fue candidato y en su peor lastre cuando fue presidente, la que lanzaba arengas contra “los pituquitos de Miraflores y San Isidro” que –en su febril mente– odiaban a su esposo, vivirá el resto de sus días como una prófuga de la justicia del país al que juraba amar.

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Héctor Villalobos es editor de Política