El 13 de setiembre de 1992, y los días sucesivos a la captura, la prensa nacional colmó sus portadas y páginas con más información sobre la ‘Captura del Siglo’. (Foto: Archivo histórico de El Comercio)
El 13 de setiembre de 1992, y los días sucesivos a la captura, la prensa nacional colmó sus portadas y páginas con más información sobre la ‘Captura del Siglo’. (Foto: Archivo histórico de El Comercio)
Enzo Defilippi

Hace exactamente 25 años, las portadas de todos los diarios del país hacían referencia a la noticia que los peruanos habíamos esperado por años: la captura de Abimael Guzmán.

Como sabemos, Guzmán fue el líder de un grupo de fanáticos que, durante años, aterrorizó al Perú con los actos de violencia más execrables que hemos visto en estas tierras. Sendero no solo asesinaba a sangre fría a sus “objetivos políticos” (sin importar cuán inocentes eran); lo hacía con escarnio: a machetazos, delante de sus familias, dinamitando los cuerpos. Llegó a esclavizar poblaciones enteras.

A mí no me sorprende que muchos miembros de esta banda no hayan mostrado señales de arrepentimiento. Es que, en primer lugar, había que haber perdido todo contacto con la realidad para ser parte de un grupo así. Estar completamente ciego para justificar una violencia tan encarnizada contra los más débiles, aquellos por los cuales decían luchar. Ser profundamente iluso, o ser un completo ignorante, para no entender que una dictadura absoluta como la que proponían solo podía traer infelicidad y abuso para la mayoría.

Por otro lado, el arrepentimiento es consecuencia de la reflexión, y difícilmente se puede esperar reflexión de quienes le entregaron voluntariamente su mente a un chapucero simplón y megalómano como Guzmán.

Yo opino que la mejor manera de rendir homenaje a quienes murieron defendiéndonos es recordando por qué lucharon y en qué consiste la victoria: en que podamos vivir en una sociedad en la que, a pesar de sus injusticias y limitaciones, es mil veces superior que la que ellos imaginaban. Una en la que podemos elegir a nuestros gobernantes y donde no es delito pensar distinto que ellos. Una en la que podemos meter a la cárcel hasta a los presidentes que han delinquido. Una basada en el principio de que la ley tiene que aplicarse a todos por igual.

Y es justamente por este principio que hasta los terroristas tienen que ser liberados al cumplir sus condenas. Si bien entiendo la indignación de mucha gente, también creo que es el deber de quienes tenemos el privilegio de dirigirnos al público explicar que la superioridad moral de la democracia consiste, precisamente, en garantizarle derechos hasta a quienes nos los negarían si pudiesen. Que no hacerlo implica reconocer que la democracia por la cual dieron su vida miles de peruanos no es mejor que cualquier dictadura.

Esto, por supuesto, no quiere decir que seamos tontos. Sabemos que un terrorista no arrepentido puede volver a conspirar. Pero para ello está la policía y los sistemas de inteligencia. Algo deben estar haciendo bien para que en estos 25 años no haya surgido otro movimiento subversivo.

¿Podemos hacer algo nosotros, los ciudadanos, para que nunca más volvamos a vivir aquel terror? En mi opinión, sí, aunque no sea fácil. Debemos seguir construyendo un país más justo, que mientras más oportunidades tengan nuestros hijos, menos probable será que resurja el terror. Pero, más importante aun, debemos hacerlo en democracia, en armonía y con la mayor libertad posible. Eso, y la prosperidad que conlleva, seguirá siendo nuestra mejor venganza contra quienes nos hicieron tanto daño.