(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Iván Alonso

En una reciente entrevista televisiva, el presidente Kuczynski se describió a sí mismo como “uno de los fundadores del financiamiento de proyectos”. Pensábamos sinceramente que era más joven. Los historiadores económicos atribuyen la invención de esa modalidad de financiamiento a los Frescobaldi, una familia de banqueros florentinos del siglo XIII. 

En un sentido lato del término, casi cualquier financiamiento es el financiamiento de un proyecto, entendido como un negocio o transacción que está aún por concretarse, como la producción para la campaña navideña, el embarque de un contenedor o la adquisición de una vivienda. Lo que se conoce como financiamiento de proyectos es una modalidad particular que se emplea para financiar la construcción de activos específicos, como una mina o un campo petrolero, que una vez puestos en producción tienen una vida independiente de sus promotores. 

En 1299 los Frescobaldi financiaron el desarrollo de las minas de plata de Devon, al suroeste de Inglaterra, que pertenecían a la familia real. Para asegurarse la cobranza del préstamo, tomaron control de la operación durante un año, extrayendo todo el mineral que pudieran. Fuera de eso, no tenían ningún recurso a los impuestos u otros ingresos de la corona. 

Durante la edad media, era la norma financiar las expediciones comerciales sobre la base de los ingresos que un barco mercante podía producir viaje por viaje. Este tipo de financiamiento cayó en desuso cuando el comercio internacional creció y se convirtió en un proceso continuo que requería un capital permanente, dando lugar a las primeras sociedades anónimas. 

El renacimiento del financiamiento de proyectos comenzó en 1972, con ocasión del desarrollo de Forties Field, un campo petrolero en el Mar del Norte. British Petroleum necesitaba más de 900 millones de dólares, una fortuna para la época, pero no quería comprometer los ingresos que generaban sus otros negocios para pagarles a los bancos, en caso de que el proyecto fracasara. Los bancos dependían solamente del petróleo extraído de Forties Field. Para mayor seguridad, negociaron que cada barril de petróleo que saliera a la superficie les pertenecería, pero British Petroleum se comprometía a comprárselo inmediatamente a través de una subsidiaria. Con esos fondos se pagaba la deuda. 

Las aplicaciones luego se multiplicaron. Una ley federal norteamericana de 1978, que obligaba a las compañías distribuidoras de electricidad a comprar la energía de los generadores independientes bajo contratos a largo plazo, les dio suficiente predictibilidad a los ingresos de estos últimos como para sustentar el financiamiento de sus plantas generadoras como entidades independientes. Más recientemente, en el mundo de las concesiones de infraestructura, los pagos garantizados por los gobiernos producen ingresos estables que permiten a un concesionario financiarse sin necesidad de que sus accionistas garanticen el pago de los créditos. 

No cualquier proyecto, sin embargo, puede financiarse así. Obviamente, se requiere una evaluación de la capacidad del proyecto para generar caja suficiente para pagar la deuda. Pero también se requiere que los promotores tengan un historial de ejecutar bien sus proyectos. Por eso, cuando uno financia o asesora a un proyecto –digamos, Olmos–, lo primero que pregunta es quién es el dueño.