¿Habrá una sorpresa?, por Carlos Adrianzén
¿Habrá una sorpresa?, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

En medio de acusaciones de corrupción, desencanto y enfriamiento económico, se aclaran los perfiles de los candidatos presidenciales. 

Vivimos en una sociedad en la cual, desde las escuelas, se nos inocula la creencia de que somos muy ricos sin serlo. La rapiña de los burócratas o de los ricos explicaría por qué la mayoría la pasa tan mal, pero esta idea es errónea. 

Ni siquiera transitando hacia una ni contratando a querubines para administrar la cosa pública superaríamos esta triste realidad. Aun en un ambiente altruista, seguiríamos teniendo bajos ingresos y exiguos servicios públicos. Esto porque invertimos muy poco en máquinas, gente e infraestructura. Por ello, crecemos erráticamente. 

No hemos visto a líder alguno recordarnos en público esto y es poco probable que lo vea. No solo porque hablar claro no atrae votos, sino porque no se han molestado en pensar un poquito más dónde están parados. Un observador desaprensivo diría que vivimos en un cuadro consistente de desconcertados electores y elegidos. 

Ya son varios los procesos electorales con votantes que mayoritariamente no han tenido ni tienen un empleo adecuado. Así, las frustraciones han crecido. Con requerimientos de los electores que no resistían el más elemental escrutinio económico, el elegido no cumplió las expectativas por lucidez o por falta de ella. 

Hay que reconocer, sin embargo, que los actuales candidatos conocen tres aspectos: 

Primero, que para gobernar mañana hay que ganar la elección hoy. Lo de equipos capaces y programas de gobierno lo verán después, si llegan. 

Segundo, que deben saber qué ofertas concretas requiere la mayoría desempleada e informal que define la elección. En este plano, el candidato con mayor presupuesto dispondrá de más calibraciones de lo que, en el momento del sufragio, inclinará el voto. 

Y tercero, que el psicólogo , premio Nobel de Economía 2002, tiene razón: la gente vota sobre cosas sobre las que no tiene la menor idea. Y, lo que es peor, a muy pocos les interesa los diagnósticos realistas o los programas coherentes. Son aun menos quienes parecen interesarse en elegir sobre propuestas concretas y realistas. 

No lo olvidemos: vivimos en un ambiente en que la mayoría cree en soluciones fáciles, con electores muy preocupados en que su modelo preferido está en capilla o en que matemáticamente sería posible clasificar al

En consecuencia, tenemos una esperanza o motivo fundado de temor: la inefable sorpresa.