Un huaco en su jardín, por Franco Giuffra
Un huaco en su jardín, por Franco Giuffra
Franco Giuffra

Un suceso de naturaleza arqueológica ha revelado recientemente la razón por la cual nuestro premio Nobel de Literatura estaría predispuesto a revivir enconos cada vez que pisa tierra peruana. Parece que el hombre nació en una casa embrujada.

O por lo menos sobre unas tumbas de la cultura Churajón, según explican las noticias que llegan desde Arequipa, dando cuenta del hallazgo de estructuras funerarias y objetos cerámicos debajo de la casa donde habitó el laureado escritor. Aparentemente, todo ello es parte de un cementerio preínca que se extendería por los alrededores.

El descubrimiento ocurrió mientras se realizaban las obras para convertir la casa de Vargas Llosa en un museo. Las autoridades a cargo del proyecto involucraron de inmediato a los funcionarios del Ministerio de Cultura y los trabajos de remodelación tendrán que hacerse ahora en coordinación con la brigada de arqueólogos que ha desembarcado en la zona.

Mientras ello sucede en Arequipa, en Miraflores se ha entrampado por más de un año la construcción de un moderno estacionamiento subterráneo porque se encontraron vestigios arqueológicos que parecían valiosos y resultaron ser de poca importancia histórica. Un año de parálisis por lo que era en realidad un canal de regadío de factura no muy lejana.

Ruinas o cemento, esa es la cuestión. El elemento clave para desentrañar este debate tiene que ver con plazos y magnitudes. Un año o más para decidir que lo encontrado no tiene importancia cultural es mucho tiempo. Del mismo modo, el hallazgo de unas pocas piezas cerámicas o textiles no puede ser igual que encontrar una ciudadela.

El objetivo de salvaguardar el patrimonio debe tener un límite, no puede ser infinito. Algo hay que perder, irremediablemente, sobre todo en un país como el Perú, en donde hay ruinas por todos lados. Mejor salvemos lo importante porque lamentablemente no podremos salvarlo todo.

El tema, además, puede alcanzar ribetes morales que no son fáciles de subestimar. ¿Hasta qué punto es válido anteponer un interés ilimitado por el pasado arqueológico frente a necesidades reales del presente? ¿Todo vestigio cultural tiene una importancia mayor que cualquier obra actual?

Como están las cosas hoy, los trámites y plazos para que el Ministerio de Cultura emita el son tan enrevesados que cualquier descubrimiento se ha vuelto un dolor de cabeza. El objetivo de preservación cultural se nos ha escapado de las manos.

Basta revisar por Internet la cantidad de profesionales en arqueología que ahora se ofrecen para elaborar estudios de impacto, programas de rescate e informes diversos sobre esta materia para darnos cuenta de que toda una nueva industria de permisología cultural se ha agregado a nuestro milhojas regulatorio.

Si bien es válido y deseable que el país tenga una política de preservación de restos arqueológicos y culturales, ese objetivo no puede ser una limitación exagerada frente a las necesidades de progreso.

El Estado tiene que encontrar una manera más expeditiva de cumplir con los objetivos de conservación cultural y de permitir el desarrollo. Hay que concentrarnos en lo que es grande y verdaderamente importante y no poner más trabas al emprendimiento en cosas menores. El caso de Vargas Llosa lo ilustra adecuadamente. Su casa natal estaba sobre unas ruinas funerarias y no pasó nada, salvo lo de reeditar rencores. Aunque ello bien podría deberse a la nevada.