Infierno fiscal, por Carlos Adrianzén
Infierno fiscal, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Por más de una década estuvimos en un cielo fiscal. Se disponía de flujos crecientes de deuda y recaudación. Entonces, se repetía que si algo salía mal, era porque fallaba la gestión (decepción recurrente que, sin embargo, aún sorprende a muchos). 

Eran días de vacas gordas. Se crecía a un ritmo elevado, la inflación se mantenía alrededor de su meta, la disponibilidad de divisas del Banco Central no dejaba de aumentar y alguien ya había ordenado la casa en términos de corrección de desequilibrios fiscales y reinserción financiera global. 

Los precios de nuestras exportaciones crecían mientras se multiplicaban las posibilidades de colocar deuda externamente (por la indisciplina de la Reserva Federal de Estados Unidos) e internamente (gracias a la regulación filoestatista a los ahorros previsionales privados). Hubo tanta plata que el gasto del Gobierno Central se infló en más de US$27.000 millones de 1995 al 2015. 

En este contexto, las reformas para asignar recursos por resultados o para ganar eficiencia o transparencia se minimizaron.

Pero todo se acabó. Hoy la situación se ha complicado más de lo que se comenta. Si bien el entorno global parece una tragedia griega, la economía local crece todavía a un ritmo anual de entre 3% y 4%, aunque las exportaciones e inversión privada no dejan de derrumbarse. 

Por ello, la situación fiscal se torna cada día más cercana a un infierno (donde las demandas por mayores gastos y obras públicas explotan, mientras todo lo demás se complica). 

Los dos candidatos en la segunda vuelta deberían enterarse de que la recaudación en dólares de –todos– los impuestos está reduciéndose. En los últimos 12 meses, la recaudación por Impuesto General a las Ventas (IGV) ha disminuido en 9%, la del Impuesto a la Renta de personas en 9,8% y la de empresas en 23,3%. Asimismo, la recaudación por Impuesto Selectivo al Consumo en 4,1%, los aplicables a las importaciones en 14,8% y los ingresos no tributarios en 25,1%. 

Tan feas son las cosas que el estimado anualizado del creciente déficit del Gobierno ya supera –a marzo pasado– los US$6.000 millones. Y este desorden está siendo cubierto con deuda interna y externa que pagan intereses implícitos superiores al 5% anual. 

A fines del 2015, la deuda pública ya excedió los US$40.000 millones. Un monto que deberemos repagar puntualmente y a dilatados costos. Hoy la holgura fiscal del próximo gobierno no luce nada celestial. 

Aunque el elegido resultase el papa Francisco, se deberá moderar el gasto estatal e incumplir muchas de las propuestas de campaña. La opción “política” (cerrar los ojos hasta que todo se complique mucho más) no parece un camino recomendable. 

Entiendo la desesperación de los candidatos (quien ofrezca menos posiblemente pierda), pero quien gane puede llegar tremendamente hipotecado. 

Lo infernal acá no implicará solo la escasez de recursos, sino la ira de quienes sientan que los ofrecimientos no podrán ser cumplidos. Un excelente negocio político para los opositores, pero uno malo para el país.