"En lo que quizá no reparan estos entusiastas prestidigitadores es en que estorbar durante una emergencia es equivalente a joder en feriado".
"En lo que quizá no reparan estos entusiastas prestidigitadores es en que estorbar durante una emergencia es equivalente a joder en feriado".
Andrés Calderón

Dentro del manual de actividades para holgazanear durante una , no puede faltar el minicapítulo “Iniciar una guerra ideológica”, extraviado entre los agradecimientos y las instrucciones para muy dummies. Un ejercicio válido para quien tiene la fortuna de prodigar tiempo de sobra, pero que no debiera distraer la atención de los verdaderos combatientes del COVID-19 y sus devastadores estragos.

No se me malinterprete. Cada quien es libre de desperdiciar las horas como se le antoje. Este no es un ensayo contra la flojera, sino, a lo mucho, un antirrecetario contra el exceso de hueveo convertido en política pública. El aislamiento puede alterar la salud mental, qué duda cabe; pero procuremos no reemplazar vacunas con desinfectantes, sustituir las verduras con piedras en la cocina, ni tomar decisiones estatales con ideologías en lugar de evidencia.

Por más fácil que resulte freír un huevo, a lo mejor existe quien considere que la cáscara es nutritiva y, peor aún, haya quien le preste un oído. Y nuestro temor, aquí, es que el Gobierno quizá le ofrezca dos.

En las últimas semanas, mientras los médicos, enfermeros, policías, personal de limpieza pública, bodegueros, cajeros y demás trabajadores esenciales arriesgan su vida para conservar nuestro presente y futuro, algunos inquietos cansados de jugar Risk decidieron que es buen momento para colonizar el mundo de las corrientes económicas. Y entonces vaticinan el fin del liberalismo y del capitalismo, la desaparición de los millonarios y la resurrección de Juan Velasco Alvarado y de Fidel Castro.

Evidentemente, se trata de una exageración (aunque están los que aplauden a rabiar las iniciativas del partido político que profetiza la reencarnación de su líder). No obstante, en lo que quizá no reparan estos entusiastas prestidigitadores es que estorbar durante una emergencia es equivalente a joder en feriado.

Puestos a ilustrar la insensatez, valgan verdades, resulta tarea sencilla ubicar ejemplos cada vez que uno se acerca a los polos.

No falta el soñador ermitaño que juzga oportuna la coyuntura para armar campaña para abolir el y reniega de la cuarentena, reivindica su “individualismo” y pide básicamente que “cada uno baile con su pañuelo”. Pero esa dimensión no solo es desconocida, sino también irreal. Olvida, además, nuestro utópico personaje que la razón de ser del Estado es precisamente combatir las externalidades (como los contagios) y la provisión de bienes públicos (como salud y seguridad) para seguir vivo. Una premisa indispensable para que pueda seguir gozando de su libertad individual.

Sin embargo, en los últimos tiempos abundan más los enemigos de la riqueza. Combatir la pobreza entra en un segundo renglón en su misión primordial de desaparecer a los ricos, los derechos de propiedad y la empresa privada.

Se calientan con el , no porque puedan demostrar que sea superior que un bono focalizado, sino porque se asemeja al sueño colectivista con el que solo fantasearon por televisión. Salivan con el nuevo impuesto al patrimonio o a los ingresos, pese a que el consenso económico desalienta aumentar las cargas tributarias en época de recesión y a que, constitucionalmente, un nuevo impuesto o una nueva tasa recién podría cobrarse a partir del próximo año. No importa, lo que quieren es que los ricos también lloren.

Filósofos de 280 caracteres. Conquistadores del nuevo mundo pospandémico. Inmunes a la data y a la evidencia. A todos ellos, de izquierda y de derecha, Marte y subsuelo. A todos ellos, con mucho cariño: aguántense hasta el 2021 y jueguen ludo por mientras.