El presidente Vizcarra se alista para brindar su último mensaje de 28 de julio. En sus anteriores intervenciones, Vizcarra nos ha tenido acostumbrados a un guion soporífero con un giro emocionante. El referéndum y el adelanto de elecciones hicieron memorable discursos que tradicionalmente pasaban rápidamente al cajón del olvido del recuerdo ciudadano. Este año, sin embargo, la expectativa de que el discurso presidencial cuente con un factor sorpresa es razonablemente menor, debido a que la política ‘grande’ que marcó la agenda del país en los últimos dos años ha cedido su protagonismo al COVID-19 y a la consecuente crisis de salud y de economía en la que está inmerso el Perú.
PARA SUSCRIPTORES: La cuestión de Cateriano, una crónica de Fernando Vivas
Si tuviésemos que resumir el 2020 en una palabra, creo que ‘incertidumbre’ sería una buena candidata. El virus desarmó la poca predictibilidad con la que vivíamos y hoy el futuro se ve borroso y, en buena medida, oscuro. Esta falta de claridad es trasversal a casi todos los ámbitos de nuestra vida. Desde cómo van a solventar sus necesidades básicas los hogares que se encuentran en la pobreza, en especial aquellos que han dejado la clase media debido a la pandemia; hasta quiénes van a poder participar en las próximas elecciones.
En ese sentido, el mensaje presidencial debería abocarse a tratar de echar un poco de luz sobre el futuro inmediato del país. La agenda es amplia y la capacidad del Gobierno para proponer respuestas razonables es limitada. En el frente de la salud, lo más urgente es dar claridad sobre el desarrollo de una prueba molecular barata que permita saber quiénes están contagiados de COVID-19. Pilar Mazzetti anunció hace unos días que la prueba estaría lista en agosto. Si es así, ¿cuál es el plan para su producción masiva y cuánto tiempo tomaría? Hasta ahora, la política del Gobierno ha estado centrada en el uso de pruebas rápidas que detectan anticuerpos del coronavirus. Sin embargo, la calidad de la información que genera esta herramienta es muy pobre pues tiene una alta tasa de falsos negativos (y positivos) y no permite saber cuántos casos continúan activos.
Otro aspecto fundamental que debería aclararse en el mensaje presidencial es cuál va a ser la estrategia económica del Gobierno en lo que queda de su gestión. El flamante primer ministro Pedro Cateriano ha tenido un discurso pro-mercado y pro-empresa en todas sus intervenciones mediáticas. Sin embargo, esta política colisiona con lo que ha pregonado hasta el momento el Gobierno. Esta, más bien, ha estado marcada por una visión pragmática del respaldo a la actividad empresarial, muy dependiente de la reacción de la opinión pública. Si el presidente va a apostar por un modelo que promueva el desarrollo empresarial para generar empleo formal, esto debería quedar claro en su discurso.
Finalmente, aunque no es responsabilidad del Ejecutivo, es necesario que el presidente se pronuncie sobre las reglas electorales para los comicios del 2021. No es posible que, a menos de un año de la contienda electoral, los ciudadanos no sepamos cómo los partidos políticos van a elegir a sus candidatos y quiénes van a poder postular. La propuesta de la Comisión de Constitución del Congreso para que las elecciones internas de los partidos puedan realizarse a nivel de delegados desvirtúa la reforma política planteada por la Comisión Tuesta y condena al país a cinco años más –al menos– de una representación cada vez menos relevante (para este tema recomiendo las columnas que ha escrito Fernando Tuesta en este Diario).
Esperemos que el presidente se concentre en responder las preguntas importantes y no, por el contrario, en elaborar un discurso con impacto mediático que no brinde predictibilidad a la ciudadanía sobre lo que le espera al país con miras al bicentenario.