Lamentablemente, Maduro lo sabe, por Enzo Defilippi
Lamentablemente, Maduro lo sabe, por Enzo Defilippi
Enzo Defilippi

El despojo de las funciones parlamentarias de la Asamblea Nacional de Venezuela por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de ese país, y su devolución parcial apenas unas horas después de que lo solicitara un concejo consultivo presidido por Nicolás Maduro, arrojan luces sobre dos hechos importantes de la situación política del país llanero. 

Por un lado, confirman que no existe una efectiva separación de poderes. Maduro controla y usa a su antojo el TSJ, el cual ha invalidado o ignorado todas las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional desde que la oposición obtuviese la mayoría absoluta de esta cámara. Por otro lado, la casi unánime condena de la comunidad internacional (con excepción de Bolivia) a este nuevo atropello parece haber sido la principal razón por la que el régimen dio marcha atrás en una decisión que hubiese terminado de revelar su carácter dictatorial. Ello indica que la presión internacional funciona, al menos para evitar el agravamiento de la situación.

La reacción del gobierno peruano fue la más radical. Si bien Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Uruguay también emitieron comunicados contundentes, ninguno llegó al extremo de retirar definitivamente a su embajador en Caracas. Una reacción que, sin duda, expresa la indignación que sentimos los peruanos por las penurias que el chavismo impone a los venezolanos desde 1999, pero que limita cualquier influencia que pudiese ejercer el Perú para prevenir actos similares en el futuro. 

Cabe preguntarse si algún país está en condiciones de liderar los esfuerzos internacionales para el restablecimiento de las libertades democráticas en Venezuela. Al parecer, ninguno. Entre los países del Mercosur, Brasil sigue inmerso en una de las peores crisis políticas de su historia y en Argentina la economía no termina de reaccionar, lo que le genera a su gobierno preocupaciones demasiado importantes como para darle prioridad a lo que ocurre en un país que, a fin de cuentas, nunca fue muy cercano. Los otros dos países del bloque, Uruguay y Paraguay, son demasiado pequeños para ejercer alguna influencia relevante y el último acaba de vivir una revuelta que terminó con el incendio del Parlamento. Entre los países andinos, ni Ecuador ni Bolivia harían nada que incomode a Venezuela, y Colombia comparte con este país una larga frontera que facilitaría cualquier represalia por parte de Maduro. Y si bien Chile está gobernado por un régimen de izquierda, la relación bilateral no podría ser más distante debido a su rivalidad con Bolivia, un protegido del chavismo. 

En estas circunstancias, el amigo elegido debiera ser México, pero su agenda internacional está completamente dominada por Estados Unidos desde la elección de Donald Trump, a quien tampoco parece importarle mucho lo que pasa en Venezuela. Le importaría si desde su perspectiva, Maduro fuese una amenaza a la paz mundial, como los ayatolas o Kim Jong-un, pero no es así. Y España ya ha demostrado que su capacidad de influir en el país caribeño es prácticamente nula. 

Esto quiere decir que, si bien el pueblo venezolano cuenta con el apoyo de la comunidad internacional, no debería esperar que las libertades democráticas sean restablecidas por presión de gobiernos extranjeros. Y lamentablemente, Maduro lo sabe.