Las lecciones inconclusas del ‘brexit’, por Carlos Adrianzén
Las lecciones inconclusas del ‘brexit’, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

La semana pasada los electores del Reino Unido (RU) optaron por iniciar un proceso de salida de la Unión Europea (UE), el ya conocido ‘brexit’. La noticia tomó proporciones de un tropiezo inesperado e incomprensible. A pesar de las recurrentes manifestaciones locales que insinuaban desde hace ya un buen tiempo el deseo de desligarse de la UE, dada la magnitud de la campaña mediática en contra de la escisión, pocos esperaban que esto sucediese.  

De hecho, una costosa y consistente campaña a favor de mantenerse dentro de la UE resaltaba lo oneroso del ‘brexit’, no solo para el RU sino también para toda la economía mundial. En esta cruzada nos dibujaban una terrorífica contracción económica en el RU y hasta la virtual desaparición de Londres como centro financiero global de primer orden. 

Desafortunadamente para algunos, los electores secesionistas ganaron el referéndum. 

Dado este desenlace, resulta relevante cuestionarnos el porqué de los resultados. De hecho, nadie que revise la solidez de los argumentos de los más populares líderes locales separatistas podría atribuir el triunfo al magnetismo de la campaña por la secesión. Irónicamente, alguien podría incluso sostener que el ‘brexit’ ganó a pesar de ellos. Entonces, ¿qué pasó? 

Pues que gran parte del electorado no interiorizó los argumentos a favor de seguir formando parte de la UE o no estuvo dispuesto a seguir absorbiendo los onerosos costos de permanecer en ella (estimados anualmente entre US$26,8 y US$ 17,2 billones). Por el contrario, simplemente estuvo dispuesto a asumir en el corto plazo las obligaciones que la separación demanda con tal de abandonar las regulaciones fiscales, migratorias, financieras de esta Unión. Aquí la primera lección es simple: no solo el lado económico importa. Como en los divorcios (usualmente muy costosos), el lado emocional pesa. 

Otra reflexión implica reconocer que, aunque hoy nos enfrentemos a un evento de proporciones indeterminadas, quien hoy dé cifras en tono tajante está adivinando. Profetizando  (1) cómo negociara el RU (2) cómo tratarán el quiebre los otros miembros de la Unión y/o (3) cómo negociarán los socios comerciales y financieros de ambos. Adicionalmente, (4) cuánto temor o reacciones adversas desarrollarán estos eventos, y (5) hasta cuán accidentadamente se restablecerán los criterios propios del Reino Unido en la legislación presupuestaria, financiera, impositiva, tributaria, de inmigración, etc.

Otro plano sugestivo de esta materia nos lleva a cuestionarnos: si el RU probó hace varias décadas su interés y compromiso con la UE, ¿qué generó que ahora la repudie? 

La respuesta es difícil de esconder. La regulación tiende a ser explosiva. Y una regulación impuesta desde el exterior que afecte nuestro modo de vida puede ser además de abrumadora, detestable. Y si hablamos de una nación isleña, este sentimiento no es cosa menor. 

El renunciante primer ministro Cameron no llamó a referéndum por torpeza. No tuvo opción. Y aunque hoy la senda de la escisión podría ser alterada, lo cierto es que los afanes intervencionistas de la burocracia dorada de la UE tienden a ser ya cosa del pasado (al menos por un buen tiempo).

¿Es este desenlace un mal o buen ejemplo? ¿Es realmente el cuco que muchos pintan? 

La respuesta aquí la escribirá la historia, los habitantes del RU y los del resto del planeta. Lo que sí tendremos que reconocer es que estamos enfocando un evento, muy probablemente, contagioso. ¿No tocará el timbre localmente pronto?