¿Cómo es vivir en Corea del Norte según el régimen de Kim Jong-un? (Foto: AFP)
¿Cómo es vivir en Corea del Norte según el régimen de Kim Jong-un? (Foto: AFP)
Enzo Defilippi

La semana pasada, Corea del Norte lanzó su primer misil balístico intercontinental, capaz de alcanzar Alaska y bases norteamericanas en Japón, Guam y Corea del Sur. Que la fecha escogida haya sido el 4 de julio, día nacional de Estados Unidos, no es ninguna casualidad. Menos aun porque Donald Trump había asegurado que el régimen norcoreano nunca accedería a esta tecnología.

Muchos en Occidente creen que Kim Jong-un está loco. No entienden su comportamiento agresivo y errático, ni la insistencia en mantener aislado a su país, ni su obsesión por poseer armas nucleares. Especialmente, cuando el costo de estas es altísimo para una economía cinco veces más pequeña que la peruana, y que se incurre a expensas de condenar a su pueblo a hambrunas y otras durezas terribles.

Lo que no entienden es que hacer algo diferente sería irracional para quien tiene como objetivo político supremo mantener el poder a toda costa y heredarlo a otro miembro de la familia que él designe (como hicieron su padre y abuelo). El joven dictador tiene claro que abrir su país a Occidente terminaría, tarde o temprano, en su absorción por Corea del Sur (como ocurrió con Alemania Oriental) y en la completa marginación política de su familia (si sobrevive a la transición).

Desde su punto de vista, el desarrollo de armas nucleares es una necesaria medida defensiva, pues le otorga la capacidad de responder con la destrucción de ciudades vecinas cualquier intento extranjero para derrocarlo mediante un complot, ataque o invasión. No podría ser ofensiva porque más allá de la alegórica retórica belicista del régimen, es obvio que usarlas para atacar a Corea del Sur, Japón o Estados Unidos generaría su propia destrucción. Y los Kim son cualquier cosa menos suicidas.

La brutal campaña de terror desatada contra las fuerzas armadas sigue la misma lógica de supervivencia. Desde la llegada al poder del joven dictador se han llevado a cabo purgas sin precedentes y varios generales prominentes han sido ejecutados, incluidos el ministro de Defensa y el jefe del Ejército. El reciente asesinato de Kim Jong-nam, su medio hermano, quien podría haber sido utilizado para legitimar un eventual intento golpista, es consistente con el objetivo de mantener el poder a toda costa.

De acuerdo con Andrei Lankov, de la revista “Foreign Policy”, la reciente tolerancia al desarrollo de actividades comerciales también se fundamenta en una lógica de supervivencia: es necesaria para apaciguar a un pueblo cada vez más consciente de la prosperidad de sus vecinos del sur. Y al parecer, está dando resultados. La economía norcoreana habría estado creciendo alrededor de 3% y hasta congestión vehicular se está comenzando a ver en las calles de Pyongyang.

Por otro lado, el temor a una revuelta popular también hace que sea poco probable que cualquier prebenda o amenaza convenza a Kim Jong-un a abandonar su programa nuclear. Según Lankov, el ejemplo más claro de por qué es el de Muamar Gadafi, quien abandonó el suyo a cambio de beneficios económicos, pero que, cuando se desató la revolución que terminaría costándole la vida, ya no tuvo cómo disuadir a las potencias occidentales de que se abstuvieran de intervenir.

Kim Jong-un está lejos de ser un loco. Podrá ser despiadado, pero es brutalmente racional.