(Foto: Andina)
(Foto: Andina)
Andrés Calderón

Día 7. Seguimos discutiendo sobre los mandiles rosados.
Así bromeábamos con una amiga periodista sobre la cobertura y polémica que había desatado un pedazo de tela (, dixit). ¿Qué tanto rollo por un mandil rosado?

En realidad, creo que ambos entendíamos que sí había un tema peligroso y subyacente a una prenda inocua. A muchos incomodó que, en el marco de la campaña Hombres por la Igualdad, unos militares se enfundaran un guardapolvo rosado. Ese accesorio efectivamente simboliza un estereotipo que asocia a las con un trabajo doméstico y determinado color. El problema de fondo estaba en que los críticos de la campaña reconocían el estereotipo, pero les parecía vergonzoso únicamente en el hombre y no en la mujer. Les arde que un mandil tape el lomo plateado de un macho alfa pelo en pecho, pero no que cubra la delicada y servicial silueta de una mujer que cocina para “su hombre”.

Curiosa prenda aquella que desnuda nuestros estereotipos y taras sociales.

Casi por la misma fecha y del otro lado del Atlántico, entraba en vigencia en Reino Unido una regulación que prohibía la publicidad con estereotipos de género que puedan causar daño u ofensas serias o masivas. Entre los ejemplos de publicidad prohibida identificados en la nueva guía aprobada por el Committee of Advertising Practice (CAP), están: anuncios que muestren a un hombre o mujer fracasando en una tarea debido a su género (por ejemplo: un hombre que no puede cambiar pañales o una mujer que no puede estacionar un auto), anuncios que transmitan el mensaje de que las mujeres priorizan acciones como ponerse maquillaje antes que llegar a tiempo a una reunión de trabajo, o un anuncio en el que un hombre es empequeñecido por mostrar vulnerabilidad emocional o por realizar tareas estereotípicamente “femeninas”.

Inevitablemente, surgían las comparaciones. ¿Cómo es posible que mientras otros países toman acciones decididas para eliminar estereotipos de género en su publicidad, aquí apenas estemos discutiendo por un mameluco?

A decir verdad, y con el perdón de los británicos, prefiero el mandil como instrumento de lucha contra los estereotipos y discriminación de género que una ley.

Luego de revisar la nueva regulación aprobada en Reino Unido junto con el “Reporte sobre estereotipos de género en la publicidad” que la ASA publicó en el 2017 (la ASA es un organismo privado de autorregulación con potestades públicas de supervisión de la publicidad concedidas por el Estado), encuentro dos principales problemas con una norma de este corte.

El primero es la dificultad para definir cuándo un mensaje es estereotipado y cuándo este puede causar daño. Cómo reaccionamos frente a una imagen que muestra un estereotipo de género varía de persona a persona, y eso ocasiona el riesgo de que se termine prohibiendo o desincentivando mensajes publicitarios inocuos, por miedo a las represalias legales. El mismo reporte de la autoridad británica reconoce que si bien los medios de comunicación cumplen un papel que puede reforzar los estereotipos, “la literatura no confirma el grado en que la publicidad puede influenciar a los espectadores o su rol en la construcción de estereotipos de género” (ASA, 2017).

El segundo problema es que la censura de ciertos mensajes priva a la sociedad del aprendizaje a través del error. ¿Cómo nos despojamos de nuestros prejuicios y tabúes si no es exponiéndolos y exponiéndonos nosotros mismos a la enmienda?

Hace una semana, escribí en esta columna que no todos los problemas tienen solución legal. A veces, no es necesario cocinar fórmulas legales revolucionarias, sino que basta con ponerse el mandil.