(Foto: Eduardo Cavero)
(Foto: Eduardo Cavero)
Iván Alonso

Lástima que la vastísima experiencia del presidente Kuczynski en el mundo de las finanzas no haya servido para iluminar las decisiones de inversión de su gobierno, en lo que a empresas públicas se refiere. Uno no se imagina al fondo que hasta hace unos años manejaba poniendo la plata de sus inversionistas en Agrobanco, la refinería de Talara o el complejo metalúrgico de La Oroya (que este columnista sospecha será reestatizado, ante la virtual imposibilidad de encontrarle un comprador para evitar su cierre).

En diciembre pasado el gobierno inyectó 150 millones de soles al capital de Agrobanco. Han pasado sólo seis meses, y ya ha perdido más de 147 millones. ¿Para qué se le dio más capital? Un entretenimiento demasiado caro para una burocracia en un país como el Perú. Se habría podido usar mejor esos recursos en la prevención contra desastres naturales como los que ocurrieron inmediatamente después.

Las pérdidas de Agrobanco en el primer semestre se explican en su totalidad por las provisiones para créditos directos, o sea, préstamos que el banco piensa (ahora) que no va a poder cobrar. No todos esos créditos, es verdad, fueron otorgados por la actual administración. Es posible que esté simplemente sincerando su cartera, haciendo una limpieza de malas deudas. Pero si ése es su cometido, repetimos la pregunta, ¿para qué se le dio esos 150 millones de soles?

La modernización de la refinería de Talara es otro caso de estudio. Ya son dos los funcionarios de Petroperú que confirman la escasa rentabilidad de esa inversión. Hace unos meses fue el presidente de la empresa, quien dijo que la nueva refinería incrementaría las utilidades en 350 millones de dólares… como si eso fuera gran cosa cuando se está haciendo una inversión de más de 5,000 millones. Ahora último ha sido su gerente general, que ha hablado de una rentabilidad de 7% al año.

¿Siete por ciento es mucho o es poco? Comparémoslo con las tasas de interés que está pagando Petroperú por los 2,000 millones de dólares de bonos que ha emitido para financiar la modernización, que es más de 5%, en promedio. Dos puntos porcentuales de diferencia no son nada para los riesgos que implica Talara. En primer lugar, puede terminar costando mucho más. Aún no se ha licitado la construcción de las unidades auxiliares. En segundo lugar, se ha tomado una deuda en dólares cuando el producto final se venderá a un público que gana mayormente en soles. Difícilmente va a resistir la empresa una devaluación sin agarrarse de la mano del gobierno. Y esos no son todos los riesgos.

Realmente es impensable que una empresa con los números de Petroperú pueda endeudarse de esa manera sin algún tipo de garantía, implícita o explícita, del gobierno peruano. Lo que no está claro es por qué el gobierno peruano debería arriesgar esas cantidades en un proyecto con una rentabilidad tan baja. Nadie ha demostrado que los beneficios de un combustible más limpio para la salud justifiquen esa apuesta o que no puedan conseguirse importándolo.

Son, por supuesto, decisiones políticas, motivadas aparentemente por el deseo de no enemistarse con algún pequeño grupo de la población. Nunca está de más recordar que los recursos tienen siempre usos alternativos. Hay muchas cosas que se podrían hacer con los dos o tres mil millones de dólares que quedan por invertir en la refinería.