(Foto: EFE)
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Enzo Defilippi

Como señalé en , la actuación del presidente durante el affaire Chinchero y la apresurada salida de de su anterior premierato no eran augurios de un buen gobierno. Lamentablemente, la impericia política que estamos viendo hoy supera cualquier expectativa.

Han bastado 10 semanas para que quede claro que el Gobierno está dispuesto a ceder ante la más mínima presión popular. Vamos, si ante la protesta de un pequeño grupo de pobladores estuvo dispuesto a socavar algo tan importante como la autonomía de los reguladores (en ese caso, el de agua), ¿qué cosa no va a estar dispuesto a ceder? ¿El respeto a los contratos de concesión? No, ya dio muestras de estar dispuesto a “revisar” los peajes ante las primeras amenazas de los transportistas. ¿Los incentivos a la inversión? Tampoco. Ante la protesta de un grupo de pescadores, revocó la autorización para que una empresa explore cinco lotes petroleros. ¿A, por lo menos, continuar con lo que funciona? Ni eso. Ya retiró de su pedido de facultades legislativas la de extender el Régimen Especial Agrario. ¿La credibilidad del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF)? Ya quisiéramos. El Ejecutivo ya se tiró para atrás en la modificación del aumento del Impuesto a la Renta y ahora lo hace con el Impuesto Selectivo al Consumo (ISC). Y para que quede claro que para el presidente la opinión del MEF está pintada en la pared, fue el ministro de Transportes quien anunció que el Estado le devolverá más de la mitad del ISC pagado a los transportistas (como si la política tributaria fuese competencia de su ministerio). ¿Qué seguirá? Difícil saberlo. Con estos antecedentes, el suelo es el único límite previsible.

Esta es una muestra más de que el Gobierno, por decisión, impericia o falta de capacidad, ha renunciado a gobernar. Hoy, su único objetivo parece ser el de durar. No importa que el bienestar de miles de compatriotas dependa de que el Estado haga lo que tiene que hacer. Después de todo, ¿qué importancia puede tener la educación, la salud, la inseguridad o las víctimas de feminicidio ante la perspectiva de ostentar un cargo por un tiempo más?

Sin embargo, durar es precisamente lo que no van a conseguir el presidente y el primer ministro con esta estrategia. Por un lado, porque a nadie le gusta un gobierno que no se hace respetar. Por otro, porque la falta de firmeza incentiva las protestas, las cuales, para distinguirse, tenderán a ser cada vez más fuertes y ruidosas. Más temprano que tarde, algún grupo exigirá algo que el Ejecutivo no puede entregar, ya sea porque está fuera de su alcance o porque entra en conflicto con lo que otro está exigiendo. ¿Qué piensan hacer entonces? ¿Recurrir a la fuerza? ¿Con qué legitimidad?

El presidente dijo el lunes que quiere fomentar el crecimiento promoviendo la inversión y mejorando la recaudación. Lo que no parece saber (quizás porque nunca escuchó a su ministro de Economía) es que eso no se logra sin credibilidad. Y la suya, es triste reconocerlo, está herida de muerte.