(Foto: Getty Images)
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Carmen McEvoy

“El valor es la más importante de todas las virtudes, porque sin coraje no puedes practicar ninguna otra virtud consistentemente”, afirmó Maya Angelou. Siguiendo el pensamiento de Aristóteles, pero también el de Lao Tse, Robert Frost, o el de Lewis Carrol (el creador de esa niña valiente e imaginativa llamada Alicia), la escritora Angelou dedicó buena parte de su prolífica carrera literaria a celebrar el coraje.  

Violada a temprana edad, la hija de Missouri trasladó su traumática experiencia a una de sus obras más reconocidas: “I Know Why the Caged Bird Sings” (“Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado”), publicada en 1969. Este relato autobiográfico se inicia con la temprana separación de Maya y su hermano de su madre, su violación por el novio de aquella en un viaje de visita y su maternidad a los 16 años. De esas vivencias, marcadas por el desarraigo, el abandono, el racismo y la violencia surge “Still I Rise” (“Aun así, me levanto”) uno de los poemas más bellos de Angelou, quien el pasado 4 de abril hubiera cumplido 90 años.  

La historia de Maya, cuyo violador fue asesinado a golpes por sus tíos cuando se enteraron de lo ocurrido (un crimen que determinó un mutismo de cinco años que la volcó a la literatura), retrata el difícil camino de una mujer negra estadounidense tratando de ganar autoestima, confianza y dignidad en los tiempos de la segregación racial. Impresiona observar la capacidad de sobrevivencia de una Maya adolescente manejando el tranvía por las calles de San Francisco. Pero más aun su carrera de actriz, cantante en Broadway, bailarina de calipso e incluso su paso por la prostitución para ganarse la vida.  

El activismo de Angelou en la década de 1960 coincidirá con el movimiento a favor de los derechos civiles y su nombramiento, por parte del mismo Martin Luther King, para que coordinara directamente las acciones contestatarias en el norte de California. Una vida de aventura, que incluso la llevó a Ghana, donde participó como periodista en el movimiento panafricano, no alejó a Maya de la escritura.  

Los libros que siguen a su estreno como escritora en 1969 mantienen el mismo tono autobiográfico que hacen recordar a Michel de Montaigne respecto al hecho de que la escritura es tan solo un proceso de descubrimiento y análisis personal. Ello sirve para corroborar el intenso vínculo que Maya forjó desde niña con los clásicos, a cuyo auxilio acudió en tiempos de crisis y dificultad.  

Los escritos de Maya nos enseñan a afrontar la condición humana y sus múltiples desafíos con la fuerza de la literatura, la música y una intensa vida interior. “Todo mi trabajo, mi vida, todo lo que hago, es sobre supervivencia”, confesó la reconocida autora y activista. Pero no en la dimensión terrible e inevitable que usualmente se le asigna al concepto, sino respecto al inmenso reto de recibir con gracia y con fe los embates muchas veces crueles de la vida.  

De acuerdo a su sabio consejo, el desafío mayor para todo ser humano será afrontar todas las derrotas sin que ello signifique aceptar ser un derrotado. Siempre esperando por lo mejor, preparándose para lo peor y con una actitud impertérrita a todo lo que ocurra en medio del complejo desenlace.  

Quien le dio voz a los degradados por el racismo y las jerarquías sociales recomendaba “desarrollar el coraje” como instrumento y el amor como consigna. Porque “el arte de vivir” demandaba una serie de talentos, entre ellos un gran amor por la vida y la habilidad para ser feliz con las pequeñas cosas, aceptando que el mundo nada te debe y que cada regalo de la vida es eso: un regalo que debemos celebrar cotidianamente. 

En su magnífico poema “Still I Rise”, Maya apela a la resiliencia en medio de la lucha por los derechos civiles de los segregados por su sexo o el color de su piel. “De las barracas de la vergüenza de la historia, yo me levanto. Desde el pasado enraizado en dolor, yo me levanto. Soy un océano negro, amplio e inquieto, manando, me extiendo sobre la marea, dejando atrás noches de temor, de terror. Me levanto a un amanecer maravillosamente claro, me levanto, brindado los regalos legados por mis ancestros. Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo”, escribe.  

Levantándose las veces que fuere necesario para volver a luchar por sus derechos y su dignidad Maya nos enseña que no son los demás quienes nos definen y mucho menos los eventos imprevistos de la vida, sino nosotros mismos en nuestra respuesta frente a la adversidad. Porque, al final del día, hay que aceptar que somos parte de una humanidad imperfecta y que con cada caída, por dura que sea, es posible aprender para crecer y mejorar.  

“Mi misión en la vida no es solo sobrevivir sino aprender a ser mejor”, recordaba la amiga de Luther King. Una gran lección que Maya aprendió cuando ante un dolor terrible buscó refugio en el silencio y en los grandes humanistas que, como Montaigne, le enseñaron que no estaba sola.  

En estos tiempos de tuits, falta de memoria y violencia desenfrenada sería bueno volver a leer a los clásicos y recuperar una humanidad compartida que nos ayude a entendernos y a convivir en paz. Tal vez un diálogo con las letras permita tomar distancia del ensimismamiento tecnológico para cambiar de veras y mejorar como sociedad.