Medallas olímpicas e instituciones, por Arturo Maldonado
Medallas olímpicas e instituciones, por Arturo Maldonado
Arturo Maldonado

Las Olimpiadas son la mayor celebración del deporte y reúnen a la élite mundial en casi todas sus disciplinas. En estas Olimpiadas en Río, el equipo peruano ha llevado a 29 atletas en disciplinas como el atletismo, la gimnasia, el taekwondo, el tiro, la natación, el remo, la vela, la halterofilia, el judo, la lucha y la cabalgata ecuestre. 

Para un país obsesionado con el fútbol, esta diversidad de disciplinas es relevante. Para un deportista que se dedica al fútbol en el Perú, una motivación extra, si no la principal, es la posibilidad de ascenso social, el reconocimiento general y el poder ganarse la vida practicando su deporte. En el resto de disciplinas, ese impulso extra casi no existe. Muchos de los deportistas peruanos que compiten en esta Olimpiada son casi desconocidos y los deportes que practican no son masivos ni mediáticos, por lo que los auspicios son escasos. 

A pesar del viento en contra, tenemos atletas que han llegado a Río –empresa que de por sí es un logro–, a mejorar sus marcas, tentar récords regionales e incluso algunos, como Gladys Tejeda, Inés Melchor o Francisco Boza, a alimentar nuestras esperanzas de una medalla olímpica. Son pocos los peruanos que han logrado la cumbre olímpica y desde Juan Giha en Barcelona 1992, el Perú no ha obtenido una medalla. En estos juegos, Tejeda ha obtenido el mejor logro para el país, llegando en la posición 15 en la maratón y como mejor latinoamericana. Este es un logro inmenso y fruto del meritorio esfuerzo de la atleta, y también de una federación que está invirtiendo en el fondismo. 
Pero si el Perú no hace lo propio en otras disciplinas, difícilmente tendremos medallas olímpicas.

El esfuerzo individual no es suficiente. Es necesario un empuje institucional sostenido, como en el caso del atletismo de largas distancias. En el ámbito mundial se encuentra que la obtención de medallas depende del tamaño de la población de un país y del grado de desarrollo económico. Pero para que un país destaque más allá del potencial demográfico o económico hace falta voluntad política para dirigir recursos hacia el deporte y para fortalecer las instituciones deportivas. 

En la actualidad, la obtención de una medalla olímpica es cada vez más producto de la manufactura institucional de un país. En ese sentido, una medalla olímpica debe ser vista como un bien público: uno provisto por el Estado, de cuyo disfrute no se puede excluir a ningún ciudadano y cuyo consumo personal no impide el consumo de otra persona. Un Estado eficaz debería priorizar no solo la provisión de bienes públicos materiales, sino también simbólicos, aquellos que alimentan el espíritu de un pueblo, como los logros deportivos.

Un ejemplo de esta voluntad política fue Cuba, donde el deporte era un objetivo simbólico y político del gobierno de Castro. Colombia recientemente está invirtiendo en deporte y planificando su desarrollo. Los frutos se están viendo en esta Olimpiada, donde ya suman dos medallas de oro y una de plata. 

Las Olimpiadas ya están en su recta final y es probable que el Perú no logre ninguna medalla en Brasil. Si queremos tener mejores posibilidades en Tokio 2020, el esfuerzo institucional hecho en el fondismo se tiene que replicar en otras disciplinas. El Perú está en la obligación de invertir y planificar en deporte. El presidente Pedro Pablo Kuczynski, como buen deportista, ha dicho que será una prioridad de su gobierno. 
Lima dará la bienvenida a los Juegos Panamericanos en el 2019, el evento regional más importante e hito previo a la siguiente Olimpiada. El reto es mayúsculo: tenemos la sede, tenemos la materia prima, nos falta el empuje institucional que apoye el talento de los deportistas y los convierta en atletas de talla mundial.