Cinco equipos peruanos llegan a la meta en el Dakar
Cinco equipos peruanos llegan a la meta en el Dakar
Iván Alonso

Tenemos que felicitar a la ministra por negarse a poner 34 millones de soles del presupuesto público para que el pase por el Perú en el 2015. Nuestros lectores habituales comprenderán que lo decimos sin una pizca de ironía. No es tarea del gobierno procurarle entretenimiento a la gente. Mucho menos tratándose de subvencionar a unos cuantos aficionados a un deporte caro. Hay mejores cosas en qué gastar la plata ajena.

Claro que siempre es posible urdir una justificación para que el gobierno “invierta” en ciertas actividades que, por una feliz coincidencia, son precisamente las que a uno le gustan. Se supone que el Dakar 2013, que tuvo como partida a Lima, generó US$278 millones en ingresos por turismo, hotelería, gastronomía y combustibles, además de una publicidad gratuita valorizada en US$359 millones. ¿No es eso, acaso, un buen negocio para el Perú?

Quién sabe. Pero la razón de ser de un gobierno no es andar haciendo negocios, aunque sean buenos. Un empresario privado, más bien, podría encontrar allí una magnífica oportunidad para rentabilizar su capital, a su propio riesgo, por supuesto. Quizá los mismos socios de , y otros gremios, que vendrían a ser los beneficiarios directos del evento, se animen a hacer una bolsa para financiar esos 34 millones el siguiente año. No es ni siquiera el 5% del total que se dice que ganaron.

Esas cifras, sin embargo, no parecen tener más consistencia que la arena del desierto. ¿Cuánto duró el paso del Dakar por el Perú? Digamos que haya sido una semana. Para llegar a los US$278 millones, el evento tendría que haber generado casi US$40 millones por día. Y si hubiera movilizado –tomando los cálculos del presidente de Canatur– a 5.500 personas, entre pilotos, mecánicos y espectadores, cada uno habría tenido que gastar más de 7.200 cocos diarios, lo que es inverosímil.

Pero aunque la cifra fuera cierta, uno no puede contabilizar todos esos ingresos como beneficios derivados del evento. Una familia que echó gasolina pasando el peaje y almorzó en Asia camino a ver el rally podría haber comido un pollo a la brasa en Larcomar y después meterse al cine. Hay que restar el valor de todo aquello que se dejó de hacer para saber cuánto realmente aportó el Dakar a la economía del país.

La exposición mediática que habría conseguido el Perú por la transmisión del evento también es un beneficio cuestionable. Si el gobierno hubiera querido hacer una campaña promocional, ¿habría sido una buena idea comprar 1.200 horas de publicidad en la televisión mundial para mostrar las dunas? El valor para el país no está en los trescientos y tanto millones de dólares que habría costado salir todo ese tiempo al aire, sino en sus consecuencias tangibles, como podrían ser, por ejemplo, una mayor afluencia de turistas, una vez terminado el rally, o un incremento en la demanda por nuestras exportaciones, si es que alguien puede demostrar que existen.

Usar nuestros impuestos para traer el Dakar 2015 al Perú no es esencial ni prioritario. Los aficionados a las competencias automovilísticas podrán seguramente verlo por televisión, como muchos de ellos suelen ver las carreras de Fórmula 1. Los más apasionados querrán ir a Chile o Argentina para verlo en vivo y en directo. Y ojalá que lo disfruten. Cada cual con la suya, naturalmente.