Miopía a la moda, por Carlos Adrianzén
Miopía a la moda, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

La mayor parte del tiempo nos la pasamos enfocando lo coyuntural. ¿Por qué el sacrifica el 16% de su stock de para controlar la devaluación del nuevo sol o por qué las exportaciones y las importaciones –simultáneamente– se están contrayendo? Sobre lo no coyuntural, en cambio, se asumen muchas cosas, pero tácitamente. Tomamos como ciertas cosas que no nos están pasando. Lo serio aquí es que su creencia o aceptación no resultan inocuas.

Como punto de partida enfocaremos algo que hemos repetido recurrentemente: no estamos creciendo lo suficiente. De seguir el ritmo de la última década, por ejemplo, nuestro avance en términos de desarrollo económico resultará pequeño.

Por supuesto que una tasa de crecimiento que fluctuase alrededor de un 6% anual en las próximas dos décadas –dado nuestro decreciente patrón de crecimiento demográfico– significará un salto en nuestro producto por habitante (ergo, capacidad de compra, reducción de la pobreza, escala de los negocios, reaparición económica de regiones o profundización de los servicios financieros), pero este ritmo significa no aspirar a ninguna ganancia significativa en términos de desarrollo. Solo recuperaríamos índices relativos similares a los de la década de 1960.

Por ello, quienes sostienen que necesitamos solo gobiernos formales y pasivos (inmersos en la indefinición y el desmantelamiento gradual de reformas de mercado) están muy equivocados. Estos gobiernos atrofiados –como lo contrastan las últimas tres administraciones peruanas– configuran entornos donde la retórica no cuadra con la realidad. No solo resultan frágiles (dependientes de precios externos e influjos de capitales), sino que son incapaces de resolver problemas de fondo (como la deficiente oferta de mano de obra educada o la predictibilidad de las reglas de negocios). 

Apostar, pues, por gobernantes carentes de liderazgo no es precisamente una buena idea. Estos –tarde o temprano– resultan expectorados por algún loquito contestatario o algún iluminado dictador de izquierda.

Nuestra historia está repleta de episodios similares desde los tiempos del civilismo.

Otro plano relevante enfoca la Constitución Política. Tema condenado a ponerse de moda en los meses venideros (dada la reelección en Chile de la señora , con Constitución de agresivo viraje socialista en la cartera). 

En nuestro país no faltan y no faltarán los dizques expertos constitucionales (que ni siquiera se han preguntado cuáles han sido los efectos económicos de las últimas constituciones) que abrazarán febrilmente esta idea. 

Además de compartir un origen espurio, todas nuestras constituciones han tenido una fuerte influencia sobre nuestra ‘performance’ económica. Algunas han tenido influencias desastrosas (la velasquista de 1979). Y así se les desarrolle una violenta urticaria a algunos, la ha tenido una estable asociación positiva con la ‘performance’ económica del país.

Por todo esto, encomendarles a nuestros actuales congresistas –o a otros asambleístas de capacidad y trayectoria similar– la redacción de una nueva Constitución significa un alto riesgo para la suerte económica de la nación. 

Algo definitivamente muy serio para un país que no parece darse cuenta lo lejos que está de estar creciendo lo suficiente.