¿Neohumalismos?, por Carlos Adrianzén
¿Neohumalismos?, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Las ideas prevalecientes normalmente determinan nuestra suerte económica. Por más que abracemos una visión idílica de nuestra suerte en las últimas décadas, la realidad peruana resulta palmaria. Somos una nación pobre. Nuestros ingresos son muy bajos (equivalen a menos de la décima parte de una nación de Primer Mundo). 

Nuestro problema de fondo implica crecer para reducir la pobreza, y esto –lógicamente– no se resuelve creciendo poco, ni redistribuyendo pobreza o desapareciendo la corrupción estatal. Somos una nación pobre porque constantemente hemos aplicado políticas económicas tibias o equivocadas. Aquí, nos ayuda mucho mirar hacia atrás. 

En la década de 1960 fuimos una nación sudamericana promedio. Una economía pequeña y abierta liderada por las exportaciones de materias primas. Fuimos –relativamente– más desarrollados de lo que somos hoy. En el quinquenio 1960-1964, nuestro PBI per cápita equivalía al 12,2% del estadounidense; mientras que en el quinquenio 2011-2015, dicho indicador apenas rozó el 8,7%. 

Entonces, esclavos de la moda desarrollista del momento, optamos agresivamente por la receta mercantilista-socialista del gobierno militar instaurado en 1968 (ese régimen al que podríamos etiquetar, en jerga moderna, como un esquema chavista primigenio). 

Los resultados fueron similares a los que hoy sufre Venezuela; aunque espaciados en el tiempo y consolidados por la Constitución velasquista de 1979. En el quinquenio 1991-1995 (cuando nos tuvimos que ajustar), nuestro PBI per cápita era apenas 5,7% del estadounidense.

Han pasado más de dos décadas y en fríos términos relativos no nos hemos recuperado. La explicación implica el gradual abandono de las parciales reformas de mercado aplicadas a principios de los años noventa. Alejandro Toledo y Alan García básicamente flotaron y retrocedieron, con buenos indicadores y precios externos. 

Por aquellos días, recordemos, las mentes dizque más lúcidas de nuestro país juraban que para el 2021 seríamos una nación desarrollada. Lamentablemente, la influencia del chavismo nos impuso un gobernante: Ollanta Humala. Dados sus dotes de liderazgo y lo ajustado de su mandato electoral, Humala no pudo replicar el estilo chavista que hubiera deseado. Tampoco lo ayudó que gran parte de la población recordase el atraso despertado por las ideas estatistas-mercantilistas del periodo 1968-1989.

Pero los años de gobierno del humalismo no han sido inocuos. Han consolidado una variante apática del velascato, con sus trabas generalizadas a la inversión privada, el incremento de la intervención estatal, el control político de las universidades y otros planos. Esta variante ha reducido nuestro crecimiento anual promedio por persona en dólares constantes a la mitad. De 5,5% en el período 2006-2010 a 2,4% en el período 2011-2015.

Hoy, habiendo descartado a los candidatos chavistas de la primera vuelta, resulta sugestivo descubrir que –si analizamos la fórmula económica de los dos equipos de plan de gobierno– algo muerde. 

Ambos configuran esquemas de gobierno similares al aplicado estos últimos cinco años. Nada nuevo. Nada de reformas. Solo más generosas iniciativas fiscales e insultos y retóricas diferenciadas. ¿Estaremos acaso eligiendo entre dos variantes neohumalistas? En ese caso –entusiasmos temporales afuera– los resultados no deberán sorprendernos.