Pecado sin perdón, por Enzo Defilippi
Pecado sin perdón, por Enzo Defilippi
Enzo Defilippi

Siempre digo que la ignorancia más profunda es la de quien ignora que ignora. Y si bien la ignorancia no es pecado (a fin de cuentas, todos somos ignorantes de muchos temas), sí lo es la irresponsabilidad. Más aún cuando perjudica a quienes ya han sido castigados por la naturaleza.

Esto viene a colación de la ley aprobada la semana pasada en el Congreso, la cual sanciona con cárcel el acaparamiento y la especulación en zonas declaradas en emergencia. Como sabemos, el acaparamiento y la especulación son fenómenos eminentemente económicos (ya que están asociados a una expectativa de aumento de precios). Pero como podemos leer en su exposición de motivos, los fundamentos de esta ley son únicamente jurídicos. Cero de economía y, como veremos, cero en economía.

Intentar regular fenómenos económicos prescindiendo de la disciplina que los estudia es tan absurdo como pretender construir un avión ignorando la física. Y que la ley haya sido aprobada por unanimidad (y que algunos congresistas se hayan retirado del hemiciclo para no votar en contra) revela que están más preocupados por su popularidad que por el bienestar de los peruanos. Motivación similar revela el comportamiento del defensor del Pueblo, terco promotor de este despropósito.

Al prescindir de la economía, esta ley deja de lado no solo lo que sabemos sobre las causas de la escasez, sino también la contundente evidencia de que los controles de precios no funcionan. Insistir en ellos es como pretender, en pleno siglo XXI, curar la locura con un exorcismo.

Los economistas sabemos que cuando el Estado fija el precio de un bien por debajo del valor que tiene para la gente, se produce escasez. Y para que se produzca no son necesarios los especuladores. Por ejemplo, quienes causaron que el agua embotellada prácticamente desapareciese de los comercios de las zonas afectadas por los huaicos e inundaciones no fueron especuladores, sino personas comunes y corrientes que corrieron a comprarla antes de que se acabe. ¿Hubiese sido diferente la situación de haber estado vigente esta ley? Obviamente no.

También sabemos que cuando el Estado obliga a los comercios a vender al precio de ayer un bien que hoy vale más, lo único que consigue es que se acabe más rápido. Es decir, que se agudice la escasez. Esto, cuando hablamos de damnificados y bienes de primera necesidad, no significa otra cosa que echar sal sobre una herida abierta.

Peor aún, al amenazar con cárcel a quien venda a precios superiores a los habituales (¿cuáles son esos?) o sugeridos (como si fuesen los mismos para todo el país), aumenta los riesgos, y por lo tanto, los costos, de reabastecer las zonas de desastre. Es decir, desincentiva el abastecimiento justo cuando es más necesario y, lo que es peor, promueve la especulación al hacerla más rentable.

Así es. Aunque seguro no lo saben, los congresistas que votaron a favor de esta ley lo hicieron a favor, no en contra, del acaparamiento y la especulación.

Y si bien la ignorancia no es pecado, sí lo es la irresponsabilidad de no informarse antes de votar. Más aún cuando su voto empeorará el infierno de quienes han perdido todo. Eso sí que no tiene perdón.