Perdiendo el tiempo, por Carlos Adrianzén
Perdiendo el tiempo, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Cuando una nación pobre cae en la autocomplacencia pierde dos cosas: la ubicación y el sentido de lo urgente. Recordemos que, no hace mucho tiempo, el Perú fue un ejemplo global de fracaso económico. ¿Cómo caímos ahí? 

Entonces, se creía que las autoridades monetarias podían regalar crédito, despojar los ahorros bancarios y previsionales, y reactivar ininterrumpidamente la economía. Esto por el camino fácil: expropiando a privados, direccionando los flujos de intermediación financiera y emitiendo dinero. Las consecuencias se reflejaron en el devastador cuadro hiperinflacionario de fines de la década de 1980.

Se creía también que la burocracia podía manejarlo todo: los negocios, los precios, las inversiones, distribuir equitativamente las riquezas y diversificar productivamente nuestra economía. El resultado fue la enorme contracción de los negocios, del comercio exterior, del ahorro y de la inversión, además del deterioro institucional y la corrupción burocrática. 

La situación tocó fondo con el terrorismo de Sendero Luminoso, indicadores de desempeño económica propios de una nación africana y una longeva hiperinflación. Sin embargo, pese a lo recurrente de los colapsos, los peruanos apostamos constantemente por recetas populistas.

Así, en medio de las parciales reformas de mercado de inicios de la década de 1990, se repetía que habíamos aprendido del desastre. Que perder dos décadas fue aleccionador. Que ningún demagogo volvería a embaucarnos con la receta socialista de crecimiento con redistribución. Estaban equivocados. Las reformas de mercado, como los procesos de siembra y poda en el campo, solo dan resultados palmarios cuando se completan.

Las innumerables contradicciones de un proceso de reformas incompleto y revertido no solo consolidan una economía frágil, sino descubren también oportunidades políticas únicas para quienes venden dirigismo y crecimiento con redistribución. 

La elección de no fue casual, ni sus resultados económicos imprevisibles. Los últimos cuatro años resultaron muy malos en materia económica. Sus ideas (reflejadas en reducir la pobreza a base de subsidios, diversificar la producción nacional desde un escritorio burocrático, el retorno de las aventuras empresariales estatales, el bloqueo cínico y sistemático a la inversión privada o el control de cambios) explican por qué exportamos e invertimos cada vez menos. No son los precios externos, como se nos hizo creer antes y se nos quiere hacer creer hoy. En los últimos cuatro años los recurrentes errores internos en política económica nos han hecho volver a perder el tiempo.

Ahora que enfrentamos un nuevo proceso de elecciones generales, sería valioso que nos ubiquemos. Que no nos engañemos. Volver a elegir a otro personaje que nos ofrezca la vía fácil es una posibilidad no despreciable, a menos que comprendamos lo poco que hemos avanzado y elijamos a un candidato capaz de liderar lo mucho que nos queda por trabajar.