El Perú nómada, por Richard Webb
El Perú nómada, por Richard Webb
Richard Webb

En la presentación de su obra “Los caminos del Perú”, el estudioso italiano se impresionó por el carácter caótico y desestructurado que la geografía había impreso a nuestra nación. Además, expresó su sorpresa por cómo el reto de una “lucha sempiterna contra la naturaleza” había devenido en una fascinación y encariñamiento con los caminos. “Es cosa de ver con qué alegría, con qué empuje, los indígenas se apiñan alrededor de los trenes en todas las estaciones, cómo se amontonan hasta lo inverosímil en las camionetas de la sierra, cómo soportan las sacudidas, los traqueteos y los evidentes mortales peligros”. 

Y contra todo obstáculo, el poblador se movía. A fines del siglo XVIII un virrey decía: “No se conocerá región alguna adonde transmigren más los indios que en el Perú”. Las limitaciones de clima y suelo para la agricultura lo obligaban al movimiento constante para alimentarse con alguna variedad, y a la vez lo liberaban de la necesidad de permanecer estático el año entero en un predio. 

Durante siglos, el movimiento era principalmente vertical y local, para aprovechar la diversidad ecológica asociada a las diferentes alturas, aunque se sumaron traslados forzados por los autócratas del momento, como los mitimaes, poblaciones enteras reubicadas por los incas, y la esclavitud en las minas impuesta por la mita colonial. Desde inicios del siglo XX el ir y venir se fue volviendo más distante, respondiendo al desarrollo agrícola de la costa y a la apertura de la montaña. Finalmente, llegaron las olas de migración gigante y más permanente, del campo a la ciudad, y del Perú al extranjero. 

Pero nada de ese pasado nos prepara para la explosión migratoria de los últimos veinte años. La repentina multiplicación de caminos, camiones, combis, buses interprovinciales, mototaxis y aviones ha sido como la rotura de un dique. La población se desparrama por todos lados, surcando tranquilamente sobre las anteriores barreras de ríos, desiertos, sierras y pantanos, usando el ubicuo celular para facilitar la logística y coordinación de tanto movimiento. El peruano ha tomado vuelo. O, casi podría decirse, el país se ha vuelto una ciudad. 

Un resultado ha sido el abandono de la residencia en el campo. Hace veinte años dos de cada tres agricultores residían en la relativa soledad y con la carencia de servicios de su finca. Hoy es menos de la mitad. Una mayoría de los agricultores son ‘commuters’, viajando al trabajo desde una vivienda no ubicada en sus tierras, sin duda, con más servicios y vida social. Además, el agricultor ahora diversifica su economía trabajando más afuera de su chacra (40% emigra anualmente para laborar en las propiedades de otros agricultores, en obras de construcción o negocios propios; en 1994 la proporción fue 26%). 

Para algunos, la migración es señal de desesperación, tierras agotadas y menores cosechas. Visité entonces Huayllay Grande en , que, entre los casi dos mil distritos del Perú, era el de menor desarrollo humano, el fondo del barril según el ránking del en el 2007. Allí descubrí que el jornal diario se había duplicado, de 10 a 20 soles diarios en el último decenio porque sus habitantes ahora viajaban con facilidad a trabajos urbanos y en los fundos de Ica. Además, sus chacras rendían más porque ahora vendían sus cultivos en la ciudad de Lircay. Esa historia de mayor acceso y movimiento se repitió cuando visitamos Quillo en la cordillera negra de , el segundo distrito más pobre del país. Allí, el jornal se ha elevado hasta 30 soles en el decenio. 

La ley que ha elevado los salarios en esos distritos no es la del sueldo mínimo vital. La ley que sí está elevando los salarios para los pobres del Perú es la ley del mercado, potenciado por nuevos caminos y nuevos camioneros.