Mientras analistas, comunicadores y consultores ven con cierta preocupación la influencia de las redes sociales como TikTok y los ‘streamings’ en campaña política, varios políticos lo ven como una oportunidad espectacular para masificar sus mensajes sin la millonaria inversión de antaño y sin la aburrida y soporífera “franja electoral”.
Pero, como en lo masivo no hay sentido crítico, sino más bien una lectura superficial que genera emociones y el bondadoso ‘like’, lo que debemos esperar es el tipo de contenido rústico y chacotero, y que movilice al elector en 30 segundos. Personajes como Martín Vizcarra han manejado este mecanismo perverso bastante bien, pero tampoco seamos inocentes: confiar en el contenido propagandístico de un político para obtener meritorios ‘me gusta’ es como confiar en el diablo.
Hace algunos días, en Rumania, en una decisión bastante discutible, la Corte Constitucional decidió anular la primera vuelta electoral, pues documentos desclasificados de inteligencia sugerían que el algoritmo de TikTok se había manipulado en favor de uno de los candidatos ganadores, Calin Georgescu. Es más, la Unión Europea dio un paso al frente al exigir que la empresa de origen chino dé explicaciones del caso. Se asume entonces que no se manipuló el voto, pero sí el algoritmo, y que la influencia de la red social es tal que puede mover la balanza en favor de uno u otro candidato.
Esto no es novedad. Recuerden el escándalo de Cambridge Analytica, la empresa británica que traficaba con la información de los usuarios de Facebook con la finalidad de infiltrar noticias falsas y propaganda política en favor de Donald Trump en las cuentas de los electores allá por los comicios del 2016 en el que Trump obtuvo la victoria por primera vez.
Regresando a nuestra folclórica realidad, sería bueno preguntarse, ante algún eventual éxito viral local, ¿se puede diseñar un ejército de ‘bots’ para crear ‘engagement’? Sí, se puede. ¿Se puede contratar un ejército de seguidores adulones? Sí, se puede. ¿Se puede manipular el algoritmo? Está claro que sí.
Esto plantea otras preguntas cruciales: ¿cómo podemos garantizar elecciones transparentes en un entorno en el que las redes tienen tanto poder? ¿Es viable educar a los ciudadanos sobre la importancia de verificar información antes de compartirla? Y, si pensamos en un futuro cercano, ¿es legalmente posible que los órganos electorales implementen regulaciones que limiten el uso de ‘bots’ y otras trampas en redes sociales? Dejo estas preguntas sin tener las respuestas, pero sí la certeza apocalíptica de que el impacto de la manipulación política de las redes seguirá debilitando la confianza en los procesos democráticos, y aumentará la polarización y las brechas de desinformación.