"Si algo nos enseña el public choice es a no fiarnos de los políticos. No son ángeles altruistas iluminados por algún santo espíritu".
"Si algo nos enseña el public choice es a no fiarnos de los políticos. No son ángeles altruistas iluminados por algún santo espíritu".
Andrés Calderón

La política peruana es un curso acelerado de ‘public choice’.

Que una persona no abandona sus intereses privados cuando se mete a funcionario público es algo que deberíamos tener bien aprendido los peruanos aunque nunca hayamos leído a Buchanan. Y sirva la más reciente escaramuza entre el presidente y el Congreso, encabezado por , para recordarlo.

Cuando decimos intereses privados, no nos referimos únicamente al dinero y corrupción. También hay un interés de supervivencia política.

A los políticos los elegimos para que actúen en representación nuestra, pero suelen comportarse movidos por su propio bienestar.

El editorial de ayer de El Comercio llamaba a Vizcarra y Olaechea, titulares del Ejecutivo y Legislativo, respectivamente, a “poner al Perú en la agenda” y que “demuestren al país que pueden dejar de lado su conveniencia y priorizar el entendimiento”.

Suena tan romántico como irreal. Si algo nos enseña el ‘public choice’ es a no fiarnos de los políticos. No son ángeles altruistas iluminados por algún santo espíritu. A lo que debemos apuntar es a que sus intereses individuales confluyan con los intereses públicos.

Lamentablemente, la fórmula del adelanto de elecciones combinada con la prohibición de la reelección parlamentaria juegan en contra de este alineamiento.

¿Qué incentivos tienen los congresistas para buscar una solución a la crisis? ¿Por qué renunciarían a un año de sueldo, inmunidad y otras prerrogativas que vienen con la curul? Ahora que ni siquiera pueden postular a la reelección, y sin un futuro político por el cual esmerarse, menos alicientes tendrán para buscar una salida al menos decorosa.

A la mayoría de parlamentarios les espera, en el mejor de los casos, el olvido. A varios otros, la cárcel, por los delitos que cometieron fuera del hemiciclo o dentro de él. Y los más imprudentes, que se dedicaron al blindaje e intercambio de favores, posiblemente terminarán desfilando por el Ministerio Público conforme sigan apareciendo los colaboradores eficaces.

Del lado del Ejecutivo, la imagen tampoco es esperanzadora. Martín Vizcarra parece haber tirado ya la toalla. Ese “gesto de desprendimiento” de recortar un año su mandato es precisamente eso, un gesto. En realidad, encierra una decisión racional e interesada. Vizcarra prefiere irse el 2020 entre aplausos (por llevarse consigo a un Congreso impopular) que exponerse a los abucheos del 2021. El contexto económico no le es favorable. No tiene antecedentes para creer que el Parlamento sí será colaborador. Además, enfrenta el natural desgaste de su aprobación popular conforme pasa el tiempo. Irse mientras está ganando, parece ser la consigna. Más aun si Vizcarra no tiene partido ni herederos políticos a los cuales dejarles algún legado.

Incluso los tribuneros de la política se comportan así. Hay quienes se oponen a que Vizcarra siquiera dialogue con Olaechea porque no quieren regalarle ningún triunfo al Congreso fujimorista. Y también los hay en el sentido opuesto. Quienes buscan la vacancia o renuncia de Vizcarra para atribuirse un triunfo político (o pregonar que “perdieron menos”). La “tercera vía”, de convivencia pacífica y pactos mínimos, suena bonita pero ingenua. Los intereses individuales en nuestra política siempre han prevalecido, pero hoy escasean los incentivos para empatarlos con los intereses del país.

Si estamos como estamos no es porque congresistas y presidente actúen en beneficio propio. Hay que asumir esto último como regla. El problema es que no contamos con reglas ni instituciones que obliguen a los políticos a trabajar más que por ellos mismos.