"A Kuczynski, en cambio, lo salvaron de la vacancia votos pactados a cambio de un indulto que implica su entrega incondicional, en cuerpo y alma, al clan Fujimori". (Foto: Archivo El Comercio)
"A Kuczynski, en cambio, lo salvaron de la vacancia votos pactados a cambio de un indulto que implica su entrega incondicional, en cuerpo y alma, al clan Fujimori". (Foto: Archivo El Comercio)
Enzo Defilippi

En un artículo publicado en “The New York Times” el 28/12/2017, Sonia Goldenberg llamó “pacto faustiano” al arreglo entre Pedro Pablo Kuczynski y Alberto Fujimori para evitar la vacancia a cambio del indulto. En la obra de Goethe, sin embargo, Fausto termina saliéndose con la suya a pesar de haberle vendido su alma al diablo. En el caso de Kuczynski, no parece que vaya a ser así.  

Sí, porque con una bancada minúscula, su credibilidad por los suelos y habiendo eliminado la posibilidad de tender puentes con las demás fuerzas políticas (que con seguridad votarían a favor de una nueva moción de vacancia), la presidencia de Kuczynski ya no depende de lo que pudiese hacer él, sino del resultado de las negociaciones entre los Fujimori y de lo que a ellos les convenga hacer con él.  

La situación es la siguiente. Tanto Kenji Fujimori como Jorge Morelli (cuya posición sin duda refleja la de Alberto Fujimori) han dejado claro que no habrá reconciliación entre el ex presidente y su hija sin una “reestructuración” de Fuerza Popular; es decir, sin que rueden las cabezas de los colaboradores más cercanos a Keiko. De hecho, Kenji ha sido bastante explícito con respecto a dos principales (pero no los únicos en la lista).  

Si Keiko acepta estos términos, la presidencia de Kuczynski dependerá de si el fujimorismo considera más conveniente gobernar a través de él o convocar elecciones adelantadas (la viabilidad de un gobierno presidido por alguno de los vicepresidentes, antes baja, ahora es ínfima). Si Keiko los rechaza, no le quedará otra que mantenerse altamente presidenciable, ya que gran parte de su bancada está constituida por invitados cuya lealtad depende de la probabilidad de que se convierta en presidenta (más aún cuando el voto disidente se origina en el descontento por el trato que reciben de la cúpula). En ese caso, lo más conveniente para ella sería una pronta convocatoria de elecciones, ya que, por un lado, controlaría a un partido organizado, utilísimo en campaña y que ningún competidor posee; pero, sobre todo, porque es muy probable que la liberación de su padre melle más su popularidad a medida que pase el tiempo (ya lo estamos viendo). En este escenario, la presidencia de Kuczynski duraría lo que le demore a Fuerza Popular buscar una nueva excusa para destituirlo.  

¿Qué decidirá? Difícil preverlo. En su decisión seguramente intervendrán otros factores difíciles de ponderar, como la probabilidad de que se le dicte prisión preventiva, el grado de influencia de sus asesores (cuyas cabezas dependen de que no acepte los términos planteados), o su percepción sobre sus posibilidades de éxito si candidatea enfrentada a su padre (y, probablemente, contra Kenji). Lo que queda claro es que la opción por la que se incline tendrá consecuencias más serias sobre el Gobierno que cualquiera que pueda tomar Kuczynski en el futuro.  

En la historia de Goethe, a Fausto lo salvan del infierno ángeles que aparecen a última hora. A Kuczynski, en cambio, lo salvaron de la vacancia votos pactados a cambio de un indulto que implica su entrega incondicional, en cuerpo y alma, al clan Fujimori. Y ese es un infierno del que nadie podrá salvarlo.